El Esperado

El nerviosismo de Radgel −uno de los enfermeros en aquel quirófano− era descomunal; ya había tropezado con un cilindro de oxígeno y ahora desde un rincón veía cómo el cirujano extraía del vientre de la paciente un pequeño y ensangrentado niño.

Rápidamente cortaron el cordón umbilical y una enfermera recibió al niño que ¡gritaba, no lloraba! Mientras el cirujano cosía la herida y otros revisaban los signos de la anestesiada madre, Radgel se acercó a la enfermera quien ponía un algodón en el ombligo del niño, lo limpiaba y lo envolvía en pañales.  A la mujer le pareció extraño que un asistente de rayos equis estuviera allí, y se lo dijo:

−¿Qué hace aquí?

−Esperando, sólo esperando.

La enfermera se estremeció, sintió un vahído, cerró los ojos y se detuvo de la camilla.  Cuando abrió los ojos, Radgel y el niño habían desaparecido, y un torbellino de acciones procuraban devolver −inútilmente− la vida a la mujer quien ni siquiera vio al recién nacido.

Lejos de allí, en un frío sótano, un círculo de hombres y mujeres canturreaban algo al niño que había sido puesto en el centro de una estrella de ceniza y sal.  Curiosamente, el niño estaba desnudo, sentado y los miraba muy sonriente.