martes, 17 de marzo de 2015

Una historia sin fin



El cambio de autoridad en el penal tintineó los ojos de Liaira, quien pensó que con algunas recomendaciones, sutilmente puestas en el escritorio del nuevo ¿presidente, ministro, embajador, director, secretario, cónsul, interventor, gerente? ¿Cómo diablos llaman al que llega a usar gratis los teléfonos de una prisión? ¡Lo que fuera! Pues podría mejorar muchas cosas, así que con el libro leído se animó a solicitar que le permitiera ir a la presentación que una Editorial realizaba con el autor de la novela, y además de solicitarle un autógrafo, hacerle un comentario personal sobre su lectura. 

Lo primero que pensó el estrenado octogenario Alcaide de la prisión de mujeres fue que estaba loca, luego le advino la escena de una intelectualizada fuga, posteriormente pensó en que la detenida atentaría contra el escritor por simple exhibicionismo, y finalmente, se alegró de ser la máxima autoridad de la institución y denegar la petición.

Liaira tiró en el inodoro la notificación y sonrió. Inmediatamente redactó una disculpa al Alcaide, lamentando el estúpido, ¡no! “El ingenuo pretexto”, así escribió: “(…) ingenuo pretesto al solicitarle algo que sólo miubiera permitido salir, chantajear a mi custodio y pasar a un restorán para comer unamburguesa. Ruego a usted clemencia para cumplir con este deceo, y perdone mi piadosa mentira.”. Remató despidiéndose con todas las formalidades del caso.

Lo primero que pensó el Alcaide de la prisión de mujeres fue que aquello era ridículo, luego le advino la escena de una indigesta fuga, posteriormente pensó en que esa mujer mataría a alguien de los treinta locales de dicho restaurante por pura ostentación, y finalmente se alegró de ser el funcionario de mayor rango en el femenil recinto y rechazar la solicitud.

Liaira tiró en el inodoro esa otra notificación y sonrió. Volvió a disculparse por la tonta, ¡no! “Inconsistente”, así escribió: “(…) incoxistente petición, pero mera nesesario ocservar y analisar su firma parasegurar mis sospechas, si se da cuenta, tira la M paratrás. Su mujer, señor mío, ¡luengaña con el encargado del sector sinco! Ques donde cumplo mi condena.”. Y se despidió cortésmente.

Lo primero que pensó el Alcaide de la prisión de mujeres fue que la procesada era persistente, chiflada pero, necia y empecinadamente persistente, luego le advino la escena del idiota sargento tocando a su mujer, posteriormente pensó en que podía fingir un conato de fuga cualquier día de visitas, en el tiroteo matar al sargentito, y finalmente, se alegró de ser el severo y firme decano de la institución y poder mandar a traer a la reclusa.

-¿A qué viene tanta solicitud, señorita?
-Sólo quería asegurarme de su escritura y firma. Ya ve, tira la M paratrás.
-Todos tiramos la eme, para cualquier lado.
-Hablo de su nombre, y si luace es porque su mujer luengaña –el alcaide sonrió amargamente.
-Mi mujer murió hace dos años.
-Si nues la de carne y hueso, es su fantasma. He visto al encargado –y le secreteó- perseguido a la medianoche por una mujer, alta, delgada, pelo largo y amarillo canoso, murmurando: “Hoy no tescapas, Mierdyz, no te mescapas”.
-Ese es mi nombre, y no el de Ortson, el sargento del sector cinco. Y mi mujer no me confundiría con un tipo tan feo.
-Pues mire usté –replicó Liaira torciendo sus labios-. Hay fantasmas que no miran bien.   Pior de noche.

Lo primero que pensó el alcaide de la prisión de mujeres es que esa reclusa era una charlatana y que podría tratarse de una ultratumbosa estrategia para escapar con la complicidad del sargentito de aquel sector y el ciego fantasma de su mujer, y finalmente, se alegró de ser el todopoderoso alcaide y llamó al encargado del sector cinco quien esperaba afuera.

-Regrese a su celda a esta señorita y usted vuelva a mi oficina.
-Ya entregué mi turno, señor alcaide.  Hoy es mi día de descanso.

Lo primero que pensó Liaira es que, en no habiendo otro guardia encargado del Sector Cinco para llevarla a su celda, tendría que ser el “viejito éste” quien lo hiciera y que sería tan fácil empujarlo para, con esa acción, obligar su traslado a otra prisión de mujeres más divertida.

-Llame a quien entregó su turno –ordenó el licenciado Mierdyz.
-La tiene usted enfrente, señor.

Lo primero que pensó el alcaide de la prisión de mujeres es que ese sargentito además de idiota, feo y regordete, era un irresponsable, que ello comprobaba sus sospechas de una encubierta fuga de la reclusa, y que vería hasta dónde llegaba el plan de los involucrados, así que dio por finalizada la reunión, ordenando que se retirará Ortzon, y que Liaira, fuera a encerrarse en su celda por su propia cuenta.

-Eso es todo –les dijo, sobrio, distante, serio y monárquico.

Lo primero que pensó el lector de esta narración es que el autor carecía del mínimo talento para rematar la historia y en no teniendo más arbitrio que la chanza y la ocurrencia, dio por finalizada la relación de los acontecimientos y puso punto final a la misma.