lunes, 31 de octubre de 2011

De Vivos y Difuntos

La Noche entró pavorosa en el pueblo y, aunque sus inmensas ventosas cubrieron todos los techos, árboles, potreros, muros y cosas, sus ojos se quedaron fijos en el cementerio.
Nunca le gustó a la Noche la víspera del Día de Difuntos.  La gente tenía costumbres extrañas y la alteraban, la hacían parecer otra cosa y no lo que es desde el confín de los tiempos: El palpitante lado muerto de la vida.
Tampoco le gustaba la navidad o la torpeza de fin de año; la gente no se dedicaba a lo de siempre en su seno, es decir, a descansar, a dormir, a soñar o a lo otro, eso de disfrutar sus cuerpos con lascivos quejidos y mordiscos, ¡no!  Hacía cosas distintas; quizá por ello era más negra que nunca esta vez.
Vio a un hombre incorporarse trabajosamente entre las sombras del cementerio; cuando lo hubo hecho, comenzó a ensayar algunos pasos y a estirar los brazos, cuello y torso; entonces sus miradas se cruzaron.
−Hola −dijo el hombre componiéndose la corbata y agitando una mano. La noche le devolvió un agrio silencio.
Aquel hombre comenzó a deambular y a ayudar a otros que salían de sus tumbas. Ni siquiera los cadáveres eran tal cosa, y eso la irritaba. Una niña salió de un mausoleo y el hombre corrió a ayudarla porque no podía quitarse una venda de los ojos, ésta no aceptó la ayuda y, entre maldiciones, se quitó el viejo trapo, lo miró con desdén y luego vio a la Noche, a ambos les dio la espalda y se retiró saltando.
Todo el cuadro era grotesco para la Noche, una insolencia de la inventiva humana que de tanto creer que aquello ocurría, realmente acontecía, es decir, que los muertos salieran de sus tumbas. Aquellos de los que un día huyó la vida, y la putrefacción hizo reino en sus cuerpos, ahora saltaban a una existencia que la Noche miraba con repulsión y acritud.
Pero lo peor llegaba en ruidosa y olorosa romería, invadía el cementerio y se dispersaba por todas las tumbas en un murmurante monólogo que incluía saludos, rezos, chismes, canturreos y bienaventuranzas.
No había astro alguno, ni lucero, ni estrella en la capa nocturna que no se agitara ante aquella contradicción de alegres deudos. No había en toda la atmósfera un sólo elemento que no se solidarizara con la Noche quien, ante tal desparpajo de inclemente ilogicidad, rabiaba hasta la más encendida negrura.
“¿Para qué la comida, y los dulces, y la música?”. Se preguntaba. Porque siempre al retirarse observó a la fauna del cementerio devorar hasta el hartazgo las comidas favoritas de quienes no podían comerlas. Tampoco entendía cómo buscador y buscado ni se enteraban el uno del otro. Los padres de la niña, por ejemplo, llevaron una muñeca y dulces, pero ésta no se dio cuenta de la ofrenda, ni siquiera podía ver a su amorosa madre y al callado padre, ella se entretenía sacando la lengua o haciéndole señas vulgares a cualquier espíritu que le diera la espalda. Todos se dedicaban a otra cosa, menos a compartir con los visitantes. Al otro día, sabía que encontraría adornado todo el cementerio, y esa extensión de la vanidad y el despilfarro también le chocaba.
En un momento inadvertido la Noche sonrió, pero no por los guitarrones, trompetas, violines y panderetas que se sacudían abajo, sino porque así como estos mortales creían que sus familiares muertos salían de sus tumbas, los espíritus creían verla y hasta le hablaban, y ella, también se había tragado aquella historia de la fragua, el yunque, el niño y los gitanos. Lástima que la Luna fuera muda −o tonta−, porque cuando se encontraban, nunca le respondía si ciertamente la habían encontrado los gitanos sobre el yunque con los ojitos cerrados, y cómo era esto si después la vieron por el cielo con un niño de la mano.
Por eso le incomodaba la víspera del Día de Difuntos porque hasta ella entraba en otro plano en el que se sentía observada, y lo peor, pensaba, hablaba y recordaba, cuando todo esto, no es más que una invención.


               

viernes, 28 de octubre de 2011

Rocco Chef TV

                                                                 Dedicado con cariño a Kasioles


Hola, amigos.  Hoy les traigo una deliciosa receta que les encantará, pero, debo decirlo, sólo si hacen lo que indico; porque algunas de ustedes me escriben y me dicen ¡Hey, Rocco, tus fideos al ejote me salieron fatal! Y yo me pregunto ¿por qué si digo fideos, usan spaghetti? ¿Ah? Dígame usted señora, fideos al ejote es con fideos no con raviolis ni spaghetti. O que el pescado en miel tuvieron que tirarlo, pues nada, que si no es miel no les funcionará nunca ¡por qué insisten en cambiarme las recetas! Yo no sé de nadie que le cambie los ingredientes ni tiempos de cocción a los pucheros de Kasioles, ¿por qué lo hacen conmigo?
Bueno. He recibido miles de correos, pero hoy, mientras metemos al horno nuestras papas a la naranja al cerdo, o cerdo a las naranjas a las papas, sólo leeré algunos. Pero ¡a todas, a todas les contestaré, esto no necesito anunciarlo!
Pues vamos directamente a esta delicia de Papas ¡a la naranja al cerdo!
¡Ah, los maravillosos tomates! ¿Para qué nos servirán hoy? Pues para lo que sirven los tomates, para rodajarlos o triturarlos. Así que se cortan dos rodajas de tomate, luego otras dos, y si alcanza rodajeamos otras dos y sino sólo una más, o las que podamos. Ya que tenemos los medallones de tomate los colocamos acostaditos en una bandeja, pero, los retiramos de allí inmediatamente, secamos la superficie y primero espolvoreamos harina y entonces sí, colocamos las rodajas de tomate, acostaditas.
Antes de picar dos dientes de ajo, recuerden pelarlos, y luego procedemos. Troceamos cuatro papas, pero si son grandes sólo dos, aunque si son pequeñas podemos trocear seis, ¡pero antes! Al igual que los ajos ¡hay que pelar las papas, señoras mías! Y las revolvemos con el ajo y salteamos.
Pelamos la mitad de una naranja, y luego que hemos quitado la cáscara de esa mitad, procedemos a quitar la otra mitad, así ¿ven? Hermosa la naranja ¿cierto?  Quienes tengan aguacate y pescado en casa, pueden tomarle fotos o lavarlos y guardarlos porque no los utilizaremos en esta receta.
La naranja bien pelada y cortada por la mitad ¿dije que hay que cortarla? Pues hay que cortarla por la mitad, así tenemos dos mitades. Con la punta del cuchillo de sierra, no con el cuchillo para la mantequilla, con el cuchillo de sierra que es más puntiagudo, le sacamos las semillas ¡así!
Ahora, aunque a Julio no le gusta el cerdo, pero a Kasioles y a mí sí, por aparte lavamos y partimos las piezas de cerdo en tiras.  Ya que hemos hecho esto, encendemos la hornilla, colocamos una cacerola alta de fondo grueso y lo fundimos a fuego medio.
Mientras, pelamos y cortamos las cebollas en juliana finita, ¡no lo hagan al revés: cortar y pelar! Es: pelamos y cortamos, y las incorporamos a la cazuela dejando que se pochen con el cerdo durante unos 7 minutos a fuego lento. ¿Que qué tienen que ver las papas y la naranja con el cerdo? Ya lo verán. Ahora tomamos unas zanahorias y las quitamos de aquí porque no nos servirán para nada y sólo nos estorban. Todas las cáscaras y semillas las tiramos a la basura. Así.
Estas perillas no son ningún adorno del fabricante ¡son para regular la temperatura del horno! Así pues, lo encendemos y dejamos que se caliente.
Ahora, en la bandeja de rodajas de tomate vamos colocando las piezas de cerdo y la papa con el ajo, escurrimos el jugo de la naranja y un chorrito de vinagre, y ¡voilá! Al horno a esperar que se cocine durante cinco minutos, o si quiere media hora, pero estamos en televisión y no da para tanto. Cerramos el horno, así, y veamos la correspondencia.
Anet nos escribe un correo pero en griego, y yo no lo hablo. ¡Ah, Cristy! Al fin apareció ¿la recuerdan? Pedía mi  receta de sardinas a la piña; y nos cuenta que…  A ver… ¡Vaya con Cristy! ¿Conoces los abrelatas, Cristy? ¡Pues no se revuelven los trozos de piña con las latas de sardina! ¡Hay que sacarlas, por dios! La demás correspondencia será en nuestro próximo encuentro.
Ahora, abrimos el horno y este humo nos anuncia que, efectivamente, se nos han quemado las papas a la naranja al cerdo, lo cual no es ninguna tragedia porque podemos raspar toda la superficie de carbón y llevarlo a la mesa. Y allí que lo coma quien tenga hambre. Que lo disfruten, y como dice Karras ¡sed felices! Hasta la próxima.

domingo, 23 de octubre de 2011

WESTERN

−DOBLADO AL ESPAÑOL−

Los quince hombres de la 57 compañía de caballería estaban apostados en un pequeño terraplén, atentos a la boca de la cueva donde Zorroloco se había refugiado. El sargento Burroughs meneó la cabeza y gritó hacia la cueva.
−¡Dejáos ya de juegos, Zorroloco, y entregaos!
Por respuesta un disparo chilló en una roca levantando una pequeña nube de polvo.
−¡Así que queréis ser héroe! ¡Pues sabédlo, estáis perdido!
Al fin, y en un ahogado eco, la voz de Zorroloco llegó a las treinta orejas y se metió en los quince cerebros que lo rodeaban.
−¡Vosotros sois los que estáis perdidos! ¡Andaos o lo pagaréis caro!
Detrás de unos montículos salió el capitán Thunderby acompañado de Palomitaterca, una piel roja que llegaba componiéndose las negras trenzas.
−¡Pero que sois inútiles! −Increpó−. ¡Sargento! ¡Coged unos hombres! −El sargento abrió los ojos incrédulo y Thunderby tuvo que aclarar−  Y sacad a Zorroloco de la cueva.
Otro disparo escupió en una piedra y ésta gritó asustada.
−¡Bridget, Carson, Fremont! −Ordenó el sargento, y aquellos se acercaron agachados−. ¿Veis esa cueva? −Los soldados se voltearon a ver unos a otros− ¿Pues qué esperáis? Sacad a ese indio de allí.
Tres aullidos salieron de la boca del rifle de Zorroloco y tres sombreros volaron por los aires paralizando a sus dueños.
−¡Escuchadme bien, Zorroloco! El ferrocarril pasará por aquí antes que se os acaben las municiones −advirtió Thunderby.
Un disparo silbó en el ambiente y fue a empotrarse callado en una rocosa pared, impecablemente, sin levantar nada de polvo.
−¡Sargento! −Este se acercó− Coged unos hombres −el sargento se rascó la oreja y Thunderby tuvo que volver a aclarar−. Iráis con unos hombres por el flanco derecho, yo iré con los otros por el izquierdo.
−¡Deteneos! −Previno, Palomitaterca− Jamás lo sacaréis de allí.  Yo lo haré.
−¡Escuchad, Zorroloco.  Aquí está Palomitaterca y quiere hablaros!
Zorroloco apuntando con su rifle se asomó al boquete de la cueva.  Palomitaterca comenzó a cantar −muy dulcemente− “El último tren a Georgia”.  Zorroloco fue bajando su rifle y la tierna voz de Palomitaterca se confundió con otra, potente y romántica, que salía de la cueva. La piel roja dejó de cantar y una mujer rubia apareció detrás de Zorroloco cantando “Extraños en la noche”, pero fue la voz de Thunderby quien la hizo callar.
−¡Qué hacéis con ese indio, Mellanie Sue Ann!
−¿Qué hacíamos en Arkansas, Carl Mikel? −Respondió la susodicha.
Thunderby bajó la cabeza y luego levantó el mentón, volteó a ver a sus hombres que agitaban la cabeza y sonreían.
−No es lo que pensáis, cocinábamos y comíamos bastante −luego se dirigió a su mujer o su exmujer−. ¿Así que ahora cocináis con Zorroloco, Mellanie Sue Ann?
−¡Y comemos bastante! ¡Tiene un apetito insaciable!
Todos los hombres soltaron una bullanguera carcajada y silbaron.
−¡Calláos! −Ordenó el capitán a punto de una crisis de celos−.  ¡Os van a colgar, Mellanie Sue Ann, por proteger indios!
−¡Ya me colgó Zorroloco, y me ha gustado más!
−¡Calláos, mujer blanca! −Gritó Palomitaterca− ¡Cuando acabe con vos, van a recoger pedacitos de carne!
−¡Ya los recogió Zorroloco, y os lo digo, no lo hace nada mal!
−¡Poned atención Mellanie Sue Ann! ¡Retiraos…!
−¡No me llaméis: Mellanie Sue Ann, nunca más lo hagáis! ¡Ahora me llamo: Palomitadulce! ¡Así me conoceréis!
Nadie entendió por qué Zorroloco alzaba los brazos y gritaba y saltaba riendo neurótico, hasta que una flecha se hundió en un palmo de tierra frente a Thunderby. Todos se voltearon, y cientos, miles de indios los apuntaban con sus arcos. Los quince hombres y Thunderby tiraron sus armas al piso levantando una desordenada nube de polvo.
EPÍLOGO
Días después de este episodio, los uniformes de los quince hombres de la 57 Compañía de Caballería, fueron encontrados por el cazador Billy the boy, quien siguió otros rastros hasta Napa, California, donde, y con otros nombres, Zorroloco, Carl Mikel Burroughs, Mellanie Sue Ann y Palomitaterca habían fundado un floreciente negocio de música, whiskey, chicas y habitaciones temporales.

FIN

jueves, 20 de octubre de 2011

Eternumm

Personalmente no entiendo esto de la Federación. Antes teníamos mucha libertad, sin ese atuendo legal que sólo redujo nuestro accionar y esclavizó las voluntades, hay que decirlo. Por supuesto que no puedo hacerlo clara y llanamente, mucho menos en las reuniones, porque con sólo ver las caritas de estos pobres se me enternece el corazón, y si bien El Señor hace de nosotros un líder, prefiero dejarlos en su nube de sueños nacionalistas, y que sean ellos, allá afuera, quienes encuentren el camino de la patria, hablo de la terrena, porque la otra, la ideal, esa sólo la podrán gozar cuando estén muertos, y aunque en ello sí pongo empeño y énfasis, ¡son unos renegados! Ninguno quiere morirse. Si con lo dichosos que serían allá arriba tendrían que estar deseando morirse rapidito. 
Esta era una promesa en culturas muy antiguas, cuando la encontré, me dije, pues bueno, ya que estamos con cambios en la cofradía y se organizan concilios y tonterías, pues a ponerles de otra forma el asunto, y se me ocurrió esto de la vida eterna, pero allá, en otro lugar, un lugar más lindo, donde nadie tenga que agobiarse por conseguir el sustento.
Siempre se los digo.  Cuando uno de ustedes muere hay fiesta en las alturas, y todos se reúnen con regalitos para darles una feliz bienllegada, y los que aquí quedamos también hacemos fiesta porque tú, o él, o ella, o ustedes se mueren.
¡Pero nadie se quiere morir!
Incluso mandé a hacer féretros bien adornaditos, acolchados por dentro, ¡muy cómodos! Y por fuera, dibujitos de toda índole y colores. Ayer mismo les mostraba uno, y todos sonreían aniñadamente.
¡A ver! −Les dije− ¿Quién va a ser el feliz huésped de esta belleza?
Entonces volvieron con la cara adusta y la mirada áspera. Tuve que recordarles que soy su dirigente, y al dirigente se lo respeta, se lo quiere, sobre todo cuando desea vernos muertos, pero no por el morboso abandono en que quedan esqueleto, carne y órganos, sino por el gozo de alzar la vista e imaginarlos allá arriba.
La dicha es que aquí no hay otras religiones, por mucho que anden con su perorata de libertades, y en no habiendo nada ¡pero nada que hacer en la comarca! Cada noche los tengo aquí, con sus pieles apergaminadas, amarillentas, los ojos inyectados unos y azafranados otros, y sus boquitas resecas deseando la medianoche.
Llevamos en esto más de doscientos años ¡mucho más! Y aunque hay nacimientos, pues que nadie se nos muere, sólo un sobrino del señor Conde que por accidente se incrustó una estaca en el pecho y dos días después fue encontrado su promontorio de cenizas. Pero fuera de él, nadie piensa en morirse.

lunes, 17 de octubre de 2011

Aquí y allá

Ayer no pude ir a verme por muchas razones.  Primero, porque estuve buscando entre papeles y documentos, una póliza de Seguros ¡que no recuerdo¡ si la terminé de pagar, o la dejé de pagar, o qué se yo; segundo, porque me encolericé recordando la idiotez de todo esto, y seguro que si voy me doy de bofetadas y lo complico todo; y tercero, porque no me gusta verme así. Es deprimente y estúpido.
En un chico, casi se disculpa, pero que un hombre de mi edad vaya a empotrarse a una casa sólo por cambiar una emisora ¡por favor! Y esto es lo que no me perdono, la idiotez, yo, declarado enemigo número uno de ésta ¡ahora soy su favorito, su hijo predilecto, su orgulloso trofeo!
Supieran lo mal que me siento, sobre todo por estos cambios ridículos.  Recién he estado en mi departamento despotricando por la situación y ¡ahora! Escucho la verborrea de dos hombres que parecen doctores, porque vaya a saber si serán médicos; pudiera toda esta macabra situación incluir a dos actores que han memorizado un discurso clínico.  Como no puedo verlos…
−Es un estado de Coma, pero sin trauma craneal.
−¿No has pensado en narcolepsia?
En fin, que yo prefiero venir a verme, y no estar aquí adentro sólo escuchando, y sin poder hacer nada, y encima tengo mucho miedo.


viernes, 14 de octubre de 2011

Umbrales

Cada espejo es el umbral de un laberinto
por el que cada quien transita y en el que cada 
quien se observa,
magnifica o lastima, tras de lo cual, vuelve a su recorrido
mientras del otro lado ocurre lo mismo…
infinitamente.

Elsa pasó muy mala noche –tenía colon irritable− y aunque aún no amanecía decidió levantarse, también de mala gana.  Sintió la calidez de sus pantuflas de toalla meterse en sus pies y dejó que la encaminaran al baño; cepilló sus dientes y pensó en su hijo hospitalizado a raíz de un accidente automovilístico un días atrás.  Estaba fuera de peligro; sólo tenía una pierna enyesada, el tabique de la nariz roto y una impresionante deuda por los daños a un autobús.  Se enjuagó la boca, sacudió el cepillo, lo colocó en el vaso de plástico y alzó la vista al espejo.  No le gustaron las ojeras, los amarillentos ojos y las odiosas arrugas flanqueando los pómulos; se volteó malhumorada.  Un milisegundo después −cosa que ella no vio− la imagen en el espejo chasqueó los dientes, también giró, y nerviosamente volvió a la pequeña clínica donde una enfermera la esperaba para tomarle la presión; así lo hizo y, sin que sonara a alarma, la enfermera se lo dijo:
−Debe calmarse, doña Esther.  Todo en la vida tiene solución.
−Lo sé −dijo por decir algo.
Luego que la enfermera se quitó el estetoscopio y lo dejó colgando en su cuello, destrabó el brazalete y murmuró un “todo bien”, Esther se puso de pie.
−Usaré de nuevo el baño, tengo la boca amarga.
−Enseguida viene el doctor.
Esther volvió al baño, escupió, se enjuagó la boca y mojó sus manos, arrancó una servilleta de papel del dispensador y quedó muy seria frente al espejo mientras se secaba; tiró con molestia el estropeado papel y se retiró sin ver que la imagen en el espejo, una fracción de segundo retardada, también dio media vuelta, se acercó a una puerta que abrió y se topó con otra mujer que entraba con urgencia.
−No salgas, Enma −la tomó del brazo, la llevó al lavabo y le susurró−.  Tu marido acaba de entrar, está en la barra.
−¿Y Marcos lo ha visto?
−Tu conquista está sana y salva.  Pero si ni se conocen −encogió los hombros−, ¿o sí?  Quédate aquí…  ya ingeniaremos algo.
Aquella mujer abrió la puerta, se volteó, guiñó un ojo a Enma y se marchó.  Enma fue otra vez al espejo, sacó de su bolso una redonda esponja y la pasó por su frente y mejillas −unos minutos antes, radiantes y dichosos, y ahora tensos−.  Guardó la esponja en su bolso y dio la espalda al espejo decidida a salir del baño, sin ver, por supuesto, que su imagen sonrió burlonamente y también se marchó y se encaminó por un largo pasillo hasta llegar a la sala de terapia intensiva.  Fue directamente a una cama en la que un hombre mayor convalecía de una operación de próstata.  Observó la manguerilla que salía de entre la sábanas hasta una bolsa plástica al pie de la cama, y −pese a algunas gotas de sangre en la orina− dictaminó que todo estaba bien; fue viendo, con una mirada general a otros pacientes y salió de la sala rumbo a la cocina.  Allí estaba el doctor José Sierra, preparándose un té.
−Buen día, doctor.
−Hola, Elva.
−Se lo ve cansado −dijo mientras se servía café.
−Dormí un poco.
−Pero se lo ve cansado −insistió Elva removiendo el azúcar.
−¿Sabes que soñé que me accidentaba?  Mi pobre fémur se partía en dos y, envidioso, también el tabique.  Eché a perder mi lindo auto.
−Atiende muchos pacientes, doctor −dicho esto se retiró.
El joven médico bebió pensativo el té.  Otro doctor entró apresurado y colocó una tablilla de aluminio en la mesa frente a Marcos. 
−Aquí lo tienes, querido, todo tuyo.
José recorrió con sus ojos aquella hoja prendida en la tablilla y no quiso contarle a su colega sobre el sueño.
−Femoral y tabique.  Qué bien.
−Saldré de viaje.  Evalúa tú si usamos pernos o varilla −dicho esto lo dejó solo.
José terminó el té −y tablilla en mano−, fue al baño; lavó sus manos y por un momento se observó en el espejo, realmente parecía cansado.
−Nada ocurre antes, ni después  −dijo ausente; secó sus manos, recogió la tablilla y se marchó.
La imagen en el espejo también se retiró con la espectacular sincronía de eso que recién había dicho “Nada ocurre antes, ni después.”.  Se reintegró al salón del restaurante extrañándole ver −por las vidrieras− a Enma y su amiga yendo al auto de la segunda.  Cuando alcanzó su mesa, Enma había dejado escrito en una servilleta: “Sólo síguenos, Marcos, luego te explico”.  Vio unos billetes sobre la mesa y no esperó a que el mesero fuera con la cuenta, levantó su pulóver y fue a la playa de estacionamiento en el que las mujeres salían haciéndole señas con las luces.  Arrancó su auto, se dio prisa y alcanzó a verlas, aunque no entendía por qué iban como locas, hizo presión en el acelerador y vio por el espejo retrovisor si había policías atrás de él, volvió la vista a la avenida sin percatarse del largo parpadeo que su imagen en el espejo hizo cuando Esther retiró el espejo de mano frente a su rostro.
−Nada del otro mundo, hijo.  Cirugía plástica y como si nada hubiera pasado.
−¿Podré caminar?
Esther asintió, luego volvió sus duros ojos a Marcos.                      
−¿Qué pasó al fin?
−Luego te explico.
Dicho esto, en su mente apareció la letra de Enma sobre la servilleta y algunas imágenes del accidente, en tanto en otro punto del espacio y del tiempo, un vehículo era lanzado por un ómnibus contra un poste, y un anciano, sentado, se veía en el amplio espejo de la pared mientras una enfermera secaba su torso.
−Yo atendí en este hospital, hace mucho tiempo.
−Todos sabemos eso, doctor Sierra.
−Hace mucho tiempo −murmuró el anciano mirando fijamente al espejo donde esperaba que la imagen hiciera otra cosa distinta a sus gestos, y lo hizo, cuando la enfermera arrastró su silla fuera del baño, pero él no lo vio.

miércoles, 12 de octubre de 2011

¡Ostias!

La anciana, impecablemente ataviada y seria, no veía con buenos ojos al sacerdote, pero éste sonrió al notarla en la segunda banca, y de cuando en vez −durante su sermón dominical− a ella dirigía ciertas frases como la que repitió tres veces: “No juzguéis a vuestros semejantes”, o aquella de “Perdonad a los que os ofenden”.
En la comunión, la agriada señora, esperó paciente hasta enfrentar al sacerdote.  Y tomando la ostia entre sus dedos la acercó a la boca de aquella mujer con un “El cuerpo de Cristo”, pero la mujer frunció el ceño y cerró la boca.  Sonriente el sacerdote repitió su “El cuerpo de Cristo” dos veces, sin embargo, la mujer se negaba a abrir la boca. El sacerdote enrojeció  y se inclinó hacia la anciana para hablarle y pedirle que desatascara la boca. Entonces sí habló la mujer y sólo el muchacho que estaba detrás de ella lo escuchó:
−¡Seguís tomando vino, vicioso! −Farfulló.
−Aquí no, madre, por favor.  El cuerpo de Cristo.
La mujer le sacó la lengua y el sacerdote aprovechó para dejar allí la temblorosa ostia.

lunes, 10 de octubre de 2011

Cuentos de Bolsillo

* Fue muy sospechoso para Pinocho que el día de su cumpleaños insistieran en celebrarlo con una fogata.

* Con apenas 21 años, Bárbara lleva 8 meses en prisión dado un mal entendido por su jefe; aún no determinan si fue homicidio o asesinato.

* La Bella Durmiente fue elegida entre vítores y aplausos Patrona de los ferrocarrileros.

* La linda princesita de palacio andaba furiosa, su madre quería obligarla a casarse con un sapo feo que un listo llegó a venderles con la historia de que era un bla, bla, bla.

* Era impresionante y divertido observar en el restaurante, todos los días, los aspavientos, gritos, y agresivos gestos de aquellos dos empresarios millonarios.  El árabe era más belicoso, y a veces, el otro, el japonés, sólo sonreía con sorna. Tres meses llevaban con sus negociaciones, hasta que se nos arruinó el espectáculo cuando alguien consiguió un intérprete. 

sábado, 8 de octubre de 2011

Del otro lado

Cuando nació mi papá hicimos una gran fiesta.  Vinieron muchos a felicitarnos, y mi hermano le hizo un regalo muy especial, le cantó a capella su canción favorita: “Venecia sin ti”.  Papá no cabía de contento y nos abrazó a más no poder. Recuerdo que cuando nacimos −mi hermano y yo− también vinieron muchos ¡ah, estaba la abuela María! Nosotros no la conocíamos y fue, cómo decirlo, impactante. Bueno, no conocerla, conocerla, conocerla, es un decir.  Sí la habíamos visto por fotografías, había muchas en casa, casi siempre junto al abuelo.  Pero verla, verla, verla, eso fue hasta que nacimos.
Nuestra madre aún no ha nacido, pero lo hará, sino cómo explicar que la única verdad que existe es que siempre, siempre, siempre, todos terminamos juntos.  Así es esto.
También cierto es que, aquí es mejor que allá.  Aquí no hay tristezas, vicisitudes, ni toda esa cosa que se inventa para hacerle creer a la gente que es feliz.  Recuerdo que en el accidente, o digo, por el accidente, muchos decían ¡y qué carísimo el auto, ya no servirá para nada! Nosotros naciendo y los demás preocupados por un automóvil.  Eso sí que nos dolió.
Ahora que papá está con nosotros hablamos de muchas cosas, él dice que éramos unos jóvenes formidables −cómo saberlo, si nunca nos lo dijo− y que nuestra pérdida fue muy dolorosa, pero que el auto le importó un comino.
Aquí a todos nos gusta que nazca gente.  Hacemos fiesta, pero no como allá, con música, baile y comidas ¡no! Nuestras fiestas son de mirarnos, hablarnos, abrazarnos, reírnos, así el que nace a este mundo jamás se sentirá triste, y no extrañará el otro donde todo esto no importa ¡aquí sí!
Hoy me parece que nacerá el tío de aquella muchacha. Lleva días en el hospital, sufriendo el pobre y su familia renegando o llorando o enojados o maldiciendo; así que todos cruzamos los dedos para que nazca ya. 
Créanme.  Es mejor nacer aquí…  Y no allá. El problema es que para que esto ocurra, primero tenemos que nacer allá.
El abuelo dice que allá había un poeta* cubano que un día escribió: “…las lágrimas no hay que verterlas por el que muere, sino por el que nace.”.  Allá se nace para morir, pero la muerte no es un personaje malo, ni calavera, ni mujer con guadaña, la muerte es un suceso, un fenómeno y nada más. ¿Quién inventaría que es una mujer, y mala? Un machista, estoy seguro. 

*José Joaquín Palma (1844−1911)

jueves, 6 de octubre de 2011

¡Bomba!*

La noticia fue un reguero de pólvora en el pueblo ¡Guadalupe había regresado! Todo era murmuraciones, voz baja y negaciones con la cabeza.  En los pequeños grupos cada quién imaginaba lo que iba a pasar.
−Isabel lo va a ir a buscar, seguro.
−Dicen que Guadalupe no anda armado.
−¿Y qué crees? Isabel le va a tirar una de sus pistolas, para que se defienda.
−¿Cómo supo Isabel que Guadalupe anda por aquí? ¿Y quién se lo diría?
−¡Yo! −Resonó una voz desde la puerta interrumpiendo el cotilleo.
René fue acercándose a la mesa de aquellos hombres −seria y pesada, bella y desdeñosa. 
El cantinero fue a acercar una silla a la mujer quien se quitó el sombrero y lo entregó a éste, dio vuelta a la silla, abrió sus piernas y utilizó el espaldar para descansar allí sus lindos brazos.
−¿Y qué dijo Isabel cuando se lo dijo?
−Le temblaron los bigotes y una lejana rabia enrojeció su mirada −dijo ella escupiendo a un lado y haciendo señas al cantinero quien no necesitaba que se lo pidiera y sirvió un tequila.
−¿A qué habrá venido Guadalupe después de tanto tiempo?
−Sólo el diablo lo sabe −murmuró René empinando su tequila, chupando un limón y luego metiéndose el dedo con sal en la boca−. Pero si es por lo que pienso, este pueblo va a explotar.
René volvió a hacer otra seña al cantinero y éste fue corriendo a dejar la botella de tequila en la mesa.
−Quién sabe −murmuró Milagro, rascándose el pecho.
−Usté no se haga, don Milagro −espetó René sirviéndose tequila−.  Un pajarito me contó que lo vieron en la estación del tren ¡y qué casualidad que Guadalupe fue el primero que bajó y fue a saludarlo!
−Puras mentiras, Renecita. ¿Acaso nunca le han entrado ganas de ver la locomotora? Porque por 'onde yo, no pasa.
−Si son lindas las locomotoras −dijo Rosario con una mirada maliciosa a René.
−¿Y qué dijeron? Ya nos comimos a esta babosa.
−El caso es que Guadalupe está aquí, y si se topa con el bravo de Isabel…
−Se lo lleva la chingada −completó René tomando su tequila, chupando el limón y luego metiéndose el dedo con sal en la boca.
−¡Bomba! −Gritó el cantinero golpeando con su puño la barra.
Todos lo voltearon a ver sonriendo, sólo René frunció el…
−¡Èchela, compadre!
Frunció el ceño, y volteó a ver agria a Rosario. Pero Rosario no estaba para…
−¡Échesela pues!
...No estaba para amilanamientos, y aunque René fuera una linda mujer, volvió a gritar:
−¡Que se la eche de una vez!
−Que por eso ha venido Guadalupe.  La pura venganza.
−Recuerdo esa noche −murmuró pensativa René.
Adentro del Palenque el ambiente era silbidos, gritos y canciones.  Luego todo quedó en silencio y sólo se escuchaba el grasiento murmullo de los apostadores.  Al rato hasta éstos se callaron, los mariachis se fueron y Guadalupe entró.
−¡Qué me miran, babosos! ¡Que siga la bulla!
Entonces todo volvió a animarse, los silbidos, los gritos y el felino chillar de un violín en alguna parte.  Pero esto duró poco, otra vez el silencio fue a poner su manota en la boca de todos y los abofeteó para que voltearan sus ojos hacia la puerta.  Allí entraba Isabel, con sus dos pistolas y sus recias botas, con el ala del sombrero rota y la mirada furiosa; con sus manos gordas y un cigarro en la boca.
Guadalupe dio un paso hacia Isabel, y éste dio otro, y Guadalupe otro e Isabel otro. Entonces Guadalupe dio otro paso y el otro dio otro. Un poquito más de silencio y todos quedan sordos.  Quizá por eso Isabel habló.
−Parece que le soltaron la pita al güey.
−Así que hoy comemos chancho −replicó Guadalupe.
−Parece que viene el fin del mundo, ya hasta los burros hablan.
−Así que hoy comemos gallinita pelada.
Isabel arqueó sus brazos y las manos se congelaron al lado de sus pistolas.  Guadalupe hizo el mismo gesto…
−Maldición −chistó.
…Mismo gesto, pero se dio cuenta que estaba desarmado.  Así que se decidió por otro disparo.
−Parece que una vaca rompió el lazo.
−Así que hoy me echo una rata.
−¡Comemos! −Gritaron todos los presentes para corregir a Isabel.
−Así que hoy comemos ¿ratas? −Dijo indeciso Isabel.
−Parece que las niñas salieron a divertirse.
−¡Chamacos! −Se adelantó miedoso y sonriente el dueño del Palenque− Oigan. ¡Éntrenle muchachos! −Dijo haciendo señas a un costado desde donde fueron entrando unos hombres con arpa y guitarras, todos vestidos de blanco y sombrero de esterilla−. Me conseguí unos yucatecos. ¡Échenle, muchachos!
Y la música comenzó a flotar por todo el lugar, hasta que el grito de Guadalupe paró a los músicos.
−¡Bomba! Que en el pueblo hay pelotas de agua, y nadie sabe el por qué, yo si sé que es lo que pasa, ¡y es que le pusieron Isabel!
La gente silbó y gritó, y la música volvió a animarse hasta que el grito de Isabel los detuvo.
−¡Bomba! No me da miedo una lengua, que sólo lame y escupe, porque la tengo pareja, y no como un tal Guadalupe.

La gente silbó y gritó, y la música volvió a animarse hasta que el grito de Guadalupe los detuvo.
−¡Bomba! Si quiera los tuviera bien puestos, pero no sirve ni para el arranque, si hasta su mujer le pone cuernos, y él si’hace el in’norante.

La gente silbó y gritó, y la música volvió a animarse hasta que el grito de Isabel los detuvo.
−¡Bomba! Yo no soy de los que presta, las cositas que son de uno, no como otro que tiene yegua, y a todos les chupa el puro.
−Esto va a estar cabrón −dijo René tomando su tequila, chupando el limón y luego metiéndose el dedo con sal en la boca.
−¡Pues qué esperamos! ¡Vámonos a ver que hay en el Palenque!
Todos se pusieron de pie, el cantinero alcanzó el sombrero a René y se quedaron petrificados cuando Guadalupe entró a la cantina.
−¡Qué hubo, muchachos! ¡Parece que anda roñoso el avispero!
Todos fueron a saludarlo entre risotadas, y cuando se sentaron, René lanzó el dardo de la curiosidad.
−¿Y a qué has venido, Lupe?
−Pues a qué a de ser.  A buscar a Isabel −Todos tensaron sus cuerpos.
−Se los dije −masculló René tomando su tequila, chupando el limón y luego metiéndose el dedo con sal en la boca.
−¿Y para cuándo? −Husmeó Milagros.
−Esta noche, en el Palenque.
−Va a estar jodido −lamentó René tomando su tequila, chupando el limón y luego metiéndose el dedo con sal en la boca.
−Para el marica de Isabel, sí. Porque “jui” a tomar un mi cursito de Bombas. Ya estoy ducho para ver quién gana.
Afuera la tensión crecía mientras René tomando su tequila, chupando el limón y luego metiéndose el dedo con sal en la boca, decía:
−Este pueblo va a explotar.


*Leticia Garriga (http://lenguajepalabrastiempo.blogspot.com/)
Las "Bombas" son expresiones irónicas que se dicen como reyertas entre dos personas o grupos en el estado de Quintana Roo y en Mérida (Yucatán, México).

martes, 4 de octubre de 2011

El cadáver está vivo

22:42 horas  El doctor Iturbe firma el Acta de Defunción de Juan Matías Irazú consignando como causa de la muerte: Paro Cardíaco.  20 minutos después su hija Ángela, que esperaba en el pasillo del hospital, es informada del deceso.  23:13 horas El cadáver de Irazú es trasladado a la morgue del hospital para la autopsia de rigor. 23:27 horas Un grupo de médicos, enfermeras y Ángela corren por las rampas para alcanzar el sótano donde funciona la morgue y donde Irazú ha vuelto a la vida.  23:32 horas El paciente es trasladado a una Sala de cuidado intensivo y conectado a oxígeno, suero y sonda vesical.  23:42 horas  El doctor Iturbe ordena al doctor Mondragón que se encargue personalmente de Irazú, a lo que Mondragón se niega ya que esa noche ejerce el puesto de Jefe de Urgencias, pero Iturbe al mencionar “carta de renuncia” le convence de aceptar la tarea. 00:17 horas Ángela habla con su hermano a quien comunica que su padre está en “intensivo”, y que ella se quedará en el hospital. 00:21 horas El doctor Iturbe llama a su secretaria y le pide que archive el Acta de Defunción de Irazú en su Historial Médico.  Su secretaria, la enfermera Marta Valdivieso, recoge el documento y besa en la boca, apasionadamente a su jefe. 00:22 horas El doctor Mondragón atestigua −por la entreabierta puerta− el beso y las manos del doctor Iturbe en las nalgas de la señorita Valdivieso. 00:57 horas Suena una alarma en el teléfono móvil de Mondragón, en el reloj de Iturbe y en el corazón de Ángela. 01:03 horas Los dos médicos irrumpen en la Sala de cuidado intensivo y comprueban la muerte del paciente Juan Matías Irazú.  01:05 horas  El doctor Iturbe ordena a Mondragón que aplique Electrodos en el pecho de Irazú. 01:10 horas Dos enfermeros auxilian al médico de Guardia quien aplica sendos voltajes en el pecho desnudo del paciente. 01:25 horas Enfermeros y médico abandonan los electrodos y preparan el cadáver para que sea trasladado a la Morgue.  01:47 horas Ángela es informada del deceso de su padre.  01:50 horas El forense Beltrán es llamado para realizar la Autopsia en el cuerpo de Juan Matías Irazú, fallecido en el hospital por paro cardíaco.  01:58 horas  Ángela es recibida por Mondragón y éste le explica la sospecha de reminiscentes estados catatónicos en algunos pacientes sometidos a largos tratamientos de Insulina. 02:16 horas  El doctor Beltrán prepara el instrumental para realizar la Autopsia.  02:23 horas Ángela comunica a su hermano el fallecimiento de su padre. 02:36 horas El doctor Beltrán ha trazado con marcador negro las líneas de corte en la cara y el torso desnudo del paciente muerto. 02:50 horas El doctor Beltrán escoge un escalpelo para remarcar las líneas de corte. 02:51:13 horas El cadáver abre los ojos y tose.  02:52:42 horas  El doctor Beltrán llama con urgencia para trasladar al paciente a cuidado intensivo.  03:03 horas Un grupo de médicos, enfermeras y Ángela corren por las rampas para alcanzar el sótano donde funciona la morgue y donde Irazú ha vuelto a la vida.  03:22:03 horas Ángela llama por teléfono a su hermano y le comunica que han regresado a su padre a la sala de cuidado intensivo, le pregunta además si sabe lo de la Insulina.  03:27:07 horas El doctor Iturbe y la señorita Valdivieso entran en el cuarto de Rayos X y apagan la luz.  03:28 horas El doctor Mondragón ha arrugado el entrecejo cuando Iturbe y Valdivieso se han encerrado en Rayos X.  03:47:32 horas Dos enfermeras hacen bromas al no poder introducir la sonda en el flácido glande de un inconsciente Irazú. 03:52 horas El doctor Mondragón aparta a las enfermeras y da un manotazo en el miembro de Irazú e introduce la sonda.  04:26 horas El doctor Iturbe y la señorita Valdivieso salen del cuarto de Rayos X. 05:15 horas Una enfermera despierta a Ángela y le pregunta si desea tomar un café. 05:16 horas Ángela ha aceptado y llama a su hermano y le informa que su padre ha muerto, él le responde que cómo es posible, Ángela reacciona y actualiza sus recuerdos; niega lo primero y le confirma que su padre está en cuidados intensivos. 05:23 horas El forense Beltrán enciende su automóvil y sale del parqueo del hospital. 05:52 horas El paciente Irazú fallece en la sala de cuidados intensivos. 05:56 horas Los doctores Iturbe y Mondragón acompañados de la señorita Valdivieso entran en la sala de cuidados intensivos y comprueban la muerte del paciente. 06:12 horas Ordena el doctor Iturbe que lleven el cadáver a la morgue y a la señorita Valdivieso que llame al forense Beltrán y realice la autopsia. 06:24 horas  Ángela es informada del fallecimiento de su padre. 06:27 horas El doctor Beltrán maldice a Irazú y busca aburrido una vía de retorno hacia el hospital.  06:35 horas Ángela llama a su hermano y le notifica la muerte de su padre, el hermano le suplica que se controle y le explique cuál es la verdad, si está vivo o muerto. 06:37 horas Ángela le asegura que su padre está muerto y que en ese momento está mirando la camilla en la que es transportado a la morgue. 06:50 horas El doctor Beltrán repasa con marcador negro la corpografía del cadáver y acerca una espátula de acero quirúrgico a las fosas nasales de Irazú, observa que no se empaña la superficie y le da un fuerte puñetazo en el pecho, el cadáver abre la boca y aspira ¡Beltrán se asusta y retrocede!  06:55 horas Un grupo de médicos, enfermeras y Ángela corren por las rampas para alcanzar el sótano donde funciona la morgue y donde Irazú ha vuelto a la vida.  07:00 horas El doctor Iturbe ordena que trasladen al paciente a la sala de cuidados intensivos. 07:01 horas Ángela suelta un escandaloso llanto y la señorita Valdivieso la saca de la morgue.  07:14 horas  Dos enfermeras colocan oxígeno y suero en Irazú y juegan con su prepucio.  07:32 horas Ángela llama a su hermano y le informa que su padre ha sido regresado a la sala de…  El hermano le exige que deje de jorobarlo con lo del muerto vivo o el vivo muerto y que es una loca de eme.  07:45 horas La señorita Valdivieso y el doctor Mondragón ingresan en el cuarto de Rayos X, son vistos por el doctor Iturbe. 08:37 horas Fallece Irazú y, todos los demás: Beltrán, Ángela, Iturbe, Mondragón, Valdivieso, las dos enfermeras, Nerim, Cinarizina, Clochard, Starlight, Leticia, Diana, La Zarzamora, Jesica, Marcelo, Juan Ojeda, Towanda, Daniel Eduardo Gómez, Ion-Laos, Maribel Cano, Diazul, Algamarina, Maríarosa, María Cristina, Mascab, Doris Dolly, Lapislazuli, Gabriela Maiorano, Cielo claro, Estrella, Karras, Toro Salvaje, Marinel, Metamorfosis, Midala, Jackelyn, Life musica, RosaE., Jorge Maseda, Bosón de Higgs, Emanuel Carrizo, Marina Fligueira, MEN, Lidia la escriba, Merche Marín, Diana Profilio, Rosa Ma., Eduardo, Rosi, Ar@bia, Simplementeyo, Ana Muela Sopeña, Mercedes, ¡todo el hospital y el autor! Nos hartamos de este personaje que ni vive ni se muere ¡de una buena vez!