domingo, 4 de diciembre de 2011

Cacofonio

                       A Leticia, Daniel Eduardo Gómez y Alondra

En la Grecia presocrática, uno de los oradores más prominentes −y del que infortunadamente se tienen datos fragmentados− fue Cacofonio (Afonia, 640-618 a.c.) quien propuso el constante y continuo acento posterior en el discurso para proveer eco y reafirmación del mensaje no sólo en el interlocutor sino al interior del ocutor −que aparece antes que el actor en los festivales a Dionisios, aquel dios que dio ni si ni nos−.
De esta cuenta su famoso enunciado: “Porque el escrito estricto es crítico y no cítrico, de tal manera la madera no es nuez en su desnudez”, cobró mucha popularidad, seguidores e imitadores, mucho antes que los monistas y aléatas se alearan con los helenistas con quienes tuvo su primera confrontación al aseverar −Cacofonio− que las Eles de aquellos no eran tan listas, a lo que los helenistas respondieron con enjundia y vigor asegurando que Cacofonio lucía bajo su túnica dos pequeños átomos y una virgulilla y no lo que Natura manda.
No hubo entre los presocráticos un punto de encuentro en su búsqueda para explicar la realidad, y aunque todos orientados a la Naturaleza (Tales de Mileto y el agua, Anaximandro con lo ilimitado, Anaxímedes y el aire, Pitágoras y los números, Heráclito con el devenir y Parménides con lo inmutable), las diferencias fueron abismales y desgastaron el movimiento filosófico.
Por ello es importante Cacofonio al establecer que la palabra “en sí y por sí” constituye el único puente a través del cual se alcanza la realidad; pero sus antagonistas no le darían tregua y ya a sus diez años entablaría una larga discusión −que duró hasta sus diecinueve años− con Onoma Topeya (Tersaj, 641−504 a.c.) sobre el Logos (razón) y el Arjé (sustrato de las cosas y causa de la realidad).
Sostenía Onoma Topeya que todo es susceptible de abstracción, y ésta misma, proyecta la realidad al exterior, y que, en tanto no todos miramos la misma cosa en sí −por la diferente idea producida en la mente− su causa de ser proviene del observador. “Miradme la boca −decía los días de mercado agolpando a su derredor a los muchachos−, para algunos es un delicioso fruto de la naturaleza, para otros es admirable la disposición de carne y piezas dentales, otros curiosean con mi jugosa lengua, y más de alguno sentirá estertores al imaginar un simple beso. ¿Veis cómo vosotros creáis mi boca?”. Luego añadía presintiendo a su contendor cerca “¿Qué creéis vosotros que diría ese caco del verbo al que algunos admiran? Os diría: −Esa boca, qué loca sabrosa me toca”. Y todos se echaban a reír.
−Una boca de foca, una cueva que cuelga guijarros y sarro porque es bizarro que ve a los muchachos como un chancho −respondía en voz alta Cacofonio abriéndose paso entre los desnudos torsos de la varonil audiencia.
En cualquier lugar donde se encontraban entraban y allí sostenían frente al público un público y púbico encuentro verbal. Al ver lo cual, los padres de los pequeños filósofos afilaron su sofos y alquilaron una bonita casa para que la caza de sus discursos diera otro curso a sus inquietudes. ¿En qué ataúdes se mete las honras cuando se presente la hora? Nadie lo entiende, sólo se sabe que Cacofonio se separó de Onoma Topeya por una querella a los diecinueve.
Quizás estaba harto y sólo escribió un “hoy parto”, y se le perdió el rastro.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Erudita decadencia

                                              A Penyabogarde, Fray Berengario y Toro Salvaje


Estos son tiempos difíciles. El conocimiento perdió el rumbo y el lenguaje se retrajo a límites casi guturales. Ha triunfado la tecnología sí y se privilegia la impulsocracia, pero la ciencia, las artes ¡el humanismo! Casi han desaparecido totalmente. La incapacidad de raciocinio y logicidad es sorprendente.
Todo comenzó allá por el 2020 cuando nuestros académicos comenzaron a estudiar e investigar, pero no a partir del objeto en sí, sino de la teorización que sobre dicho tema se había producido. Teoría tras teoría, tesis tras tesis, postulado tras postulado, todo fue creando montañas ¡grandes montañas de teorías que ocultaron el objeto de estudio!
Ahora somos presa de la idiotez, el absurdo y lo grotesco.
Ahí tienen ustedes a Marc Dubois, quien por ser nieto de un Nóbel de Literatura tiene a su disposición y abiertos los pasillos académicos y las salas de conferencias en cualquier parte del mundo, y esto molesta a los pocos estudiosos serios.
Hoy hace un año de aquel escándalo en el que sostenía rigurosamente que el Neobarroco sólo había sido una parábola y que Góngora plagió estilo, semántica y discurso a Borges. Más adelante sostuvo una fuerte polémica con teóricos musulmanes al publicar un ensayo en el que aseguraba que Atila había copiado las tácticas de guerra de Osama Bin Laden. Pero ahora su nuevo libro: Prosopopeya Precolombina, es, para los entendidos y eruditos, el súmmum de la idiotez, al sostener Dubois que los Mayas, en un gesto salvaje habían copiado a los Ingleses el juego de la pelota.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

¡Don Juan, te odio!

A Merche Marín, Emanuel Carrizo y Simplementeyo


La tarde daba su último bostezo anaranjado, y en el caserón las sombras se echaban sobre los tejados.  Doña Leonor, ausente y pensativa, agitaba el abanico para proveerse brisa, y trataba de imaginar a aquél que en cartas decía amarla con afán, firmando con un simple “don Juan”. Ana entró distraída y se sorprendió de ver a su dueña marchita cual golondrina.
−¡Pero qué hacéis aún aquí, señora! ¿De nada entonces ha servido vigilar la breve hora en que vuestro marido, bufando y dormido, os licencia a ir con quien os añora?
−No me atormentéis más, Ana −dijo doña Leonor volteando la cara−. ¿O creéis que no sufre mi alma y este pecho, al saber a don Juan sin calma aguardar ansioso por un beso? ¿Creéis que es de hierro mi semblante  que clama al cielo sujete mis deseos, por ese hombre errante que sin tocarme, confiesa haber olido mis cabellos?
−Qué esperáis entonces; que allá está en la iglesia, suspirando en amores, este apuesto hombre que sufre porque os sabe ajena.
Intempestivamente la puerta se abrió y su marido −llamado Rodrigo− malicioso y agresivo entró.
−Con el perdón de las damas, y si no interrumpo alguna charla íntima, me gustaría preguntaros con calma, de quién hablabais mientras mi alma dormía prístina.
Doña Leonor se puso de pie fingiéndose herida, y sin qué decir saber, apeló a su inventiva.
−¡Crístina! ¿Habéis dicho? ¿Y quién es ésa? De modo que en lo fortuito
buscáis pasarlo rico haciéndola creer que es princesa.
−¡Prístina! Fue la palabra dicha −reclamó don Rodrigo a la susodicha− y no la que habéis pronunciado con gesto mal intencionado. Y ya que inventáis sordera e ira me dejáis el camino señalado, ¡que esa alcahueta que tenéis a vuestro lado os hace pícaros mandados!
−¿Qué tiene que ver Ana con vuestras invenciones? ¿Acaso no estoy siempre en casa rodeada de vuestros repentinos y malos olores, y en todos los rincones está mi tristeza abandonada?
Don Juan comenzó a dar vueltas alrededor de Ana quien tenía su vista fija en el piso, sudor en la espalda y temor de aquel marido.
−Anoche he seguido a un bulto que de esta casa ha ido a la iglesia. Allá la he visto encontrarse, sin apuro, con un extraño de capa y sombrero y pluma en la cabeza. Y confieso que, quizá la noche espesa, o pocos faroles en el rumbo, pero cuando se ha separado ésta, y ha dado la espalda al segundo, aquel ha desaparecido tal cual tengo entendido desaparecen las almas muertas.
El silencio corrió alocado por toda la casa y un olor a lirios invadió la estancia. Don Rodrigo se sentó pensativo, y lo mismo hizo doña Leonor.   Ana, con un gesto pidió permiso y los acompañó.
−Un hombre que desaparece, una mujer perseguida por un mequetrefe y que por ello cree que puede inventar amantes de pacotilla −murmuró doña Leonor a la silla.
−Os lo preguntaré una sola vez ¿sois infeliz conmigo, doña Leonor?
−¡Y acaso no lo veis! Porque os sentís el gran señor, pero, y después, cuando solos quedamos en la habitación, vos roncáis como un buey, y a mí el sueño me niega su favor.
−¡Vive dios que ahora os tengo más cercana! ¡Ay, Leonor… Leonor de mis entrañas!
Fue el rumor que todos escucharon a su espalda; don Rodrigo se volteó y reconoció la cara de quien cual fantasma llegaba con furor y rabia. Corrió don Rodrigo a su espada, pero el que llegaba le dio un puntapié en las nalgas.
−No osaréis enfrentaros a don Juan Tenorio.
−¿Qué hacéis en mi casa? Malandrín de villorrios.
−Lo que se hace en cualquier velorio −respondió don Juan Tenorio con chanza.
−¿Sois vos el de las cartas? −Preguntó doña Leonor temblando.
−¡Vuestro amado! ¡Con todo y capa!
−Allí tenéis vuestra infidelidad −dijo doña leonor a su marido−. Un amante que no es real, que sólo es invención teatral de un autor ya fallecido.
−Nunca muere un autor si su obra sigue viva. Miradme, doña Leonor,
¿ni siquiera reconocéis esta voz que antes os seducía? −Declaró el personaje de Zorrilla.
−Que nunca os he visto, y que aunque no lo amo, yo os lo declaro, jamás engañaría a mi marido −respondió doña Leonor la mirada alzando.
−Es a mí a quien engañáis estando con este idiota, que de tan fea faz hasta las aves al pasar lloran y lloran y lloran. Acaso puede haber comparación
entre este pobre calvo, que me recuerda a Sancho por lo rechoncho y panzón, y este caballero, que de tanto que os ha amado a vos, ha cruzado los tiempos sólo por buscar el beso, aquel que encerraste en el panteón.
Dónde se habría visto que un personaje de teatro, que además de conocido se lo tuviera por bandido, estuviera a un simple paso de la mujer que en otro siglo perdió por enamorado. Díganme ustedes, lector y lectora, si acaso no es una invención este Tenorio que nunca implora o esta Leonor que tanto añora entregarse a la pasión y a la libertad de las palomas.
Pero no adelantemos juicio alguno y veamos en qué termina todo este  extraño asunto que ha llegado a tal punto que ya me da mal espina.
−¿Qué yo he muerto? Pero esto es una locura. Mirad que muevo los dedos
−dijo viendo al marido con mal gesto− y ahora mismo tengo agruras.
Que no es ganga ni lindura presumir que ya no pertenezca al mundo, si aún me explota la cordura por romper las ataduras y entregarme a un dulce murmullo. ¡Decídle, Ana, que estoy viva! Y que esto no es un escenario,
que a mí no me han hecho con tinta, que tuve abuelos, padres y madrina, y aunque no conozco un orgasmo sé a qué sabe la sidra, y cómo por momentos aquello tiembla y me palpita.
Mas el conocimiento, es algo sorpresivo que llega al entendimiento por un razonar correcto o por un chispazo explosivo que pone a la mente en lo cierto. Ana y Rodrigo ya habían dado en el clavo, habían capturado lo esquivo, ¡el espíritu de lo que aquí escribo! Y se sabían ya un asunto literario.
−No me atormentéis más, Leonor. Que ahora todo lo tengo claro. También nosotros somos la invención de la parte de un relato. Es que estos son unos diablos y creen que nos hacen un favor.
−Ana tiene razón −murmuró don Rodrigo−. No tiene caso que este señor
pretenda estar contigo sabiendo que tenéis marido, a menos que alguien juegue al creador y nos ponga a todos en el mismo sitio.
Una gran risotada soltó don Juan y corrió desde Salta en la América hispana hasta el peñón de Gibraltar.
−Ya os habéis dado cuenta que esto un cuento es y que la señora coqueta,
creyéndose traviesa vive mañana el ayer. Porque la doña no está al día y cree en esas novelas que escriben de caballería, mas no sabe que fue Zorrilla el que inventó a esta belleza y Díaz-Escamilla, este que da pena,
ha hecho lo suyo con la vida vuestra.
Doña Leonor sintió en sus hombros una carga muy pesada, los creyó a todos salidos de un manicomio, ya sin mirada los ojos, ya sin un gesto la cara.
−Vosotros, muñecos de antojo, ¡creaturas de la nada! Podéis sentir cualquier gozo de ser sólo el rastrojo de lo que inventan las palabras. Sólo me causáis lástima y enojo. Y perdonad que os dé la espalda, nunca he soportado a los tontos. Teneos por seres de una página, invento de alguien que no conozco; yo aquí adentro siento las ganas de vivir y sentir por manojos. Sea. Que os dejo la casa, y algo cierto para todos. Evadiendo lo que la educación manda: Tú eres una necia, Ana, que te han contagiado estos locos; a ver si despiertas mañana metidita en un hoyo. Tú, Rodrigo, mal amante y esposo, ya me contarás cómo se pasa con  una vida que ha pensado otro. Y usted, don Juan, que jugó a ser novio, calavera y truhán ni siquiera fue agobio para este corazón que esperaba más de quien fuera creado en un insomnio… Don Juan, ay, don Juan, yo a usted lo odio.
Doña Leonor salió de la estancia. Muy molesta iba ella. Y yo no sé en qué pensaba porque nunca una mujer creada me había desordenado las letras de toda una página sólo por no creer en la fábula.

domingo, 13 de noviembre de 2011

Fantasmas

                           Dedicado a Mascab, Gala y Midala


Más que asustados, los Toledo Alvarfernández y Ruíz, estaban hartos de aquel fantasma que rondaba las galerías del enorme castillo. Al principio −cuando comenzó con sus macabros lamentos− se produjo una conmoción en la familia y tuvieron que abandonar la heredad, pero, en no estando la virgen para tafetanes y que sólo habitándola podían conservarla, decidieron su retorno.
El ruido de cadenas, el quejumbroso lamento y puertas que se abrían y cerraban solas, eran sólo algunos de sus actos intimidatorios; pero luego, el fantasma dejó aquello −al no conseguir echarlos de nuevo− y se decidió por pesados saltos, arañazos en las ventanas, los lamentos dieron paso a malas imitaciones de búhos, tigres, vacas, perros, gallinas o gatos y descolgaba cuadros que caían al piso.
Todo cuanto hizo don Gonzalo también resultó inútil, y ni siquiera el exorcismo que celebró un fraile detuvo al infernal espectro por lo que una noche, harto y enfurecido, don Gonzalo decidió salir a enfrentarlo.
−¡Dejádnos en paz y volved al infierno! −Conminó el noble en el pasillo, en cuyo extremo el fantasma lo observaba incrédulo− ¡Idos de una buena vez! −Remató alzando un crucifijo.
El silencio era molesto y al dueño no se le ocurría qué más decir. Pero su indecisión fue rota por el mismo fantasma quien al fin habló.
−¡Mí no habla español! −Gritó el fantasma.
”Ñorda” −Pensó don Gonzalo−. ¡Tú irte! Go home, amiguito −repuso.
−Mí no comprenda. And I’m not your amiguito.
−Si tienes que estar acá, lo harás sin ruidos. ¿Entiendes?
−Tell it in english, sucker. No comprenda.
Inesperadamente Don Gonzalo dio media vuelta y corrió a su aposento; el fantasma soltó una carcajada demoníaca al ver huir a su víctima pero ésta regresó inmediatamente llevando a su mujer quien de joven había tomado clases de inglés.
−Allá lo tienes.  Háblale y dile que se vaya −ordenó don Gonzalo.
−Good night mister fantasma −dijo tímida doña Clara.
−Who are you? Mí no habla mujeres.
−I am mrs. Clara Carrascosa López Toledo Alvarfernández y Ruíz, and I beg you leave us alone.
Con una pesada y tétrica voz el fantasma parecía no hablar sino discurrir en sus recuerdos.
−Once upon a time that all this castle was mine. Old times, brave times, always with my pirates.
−¿Qué dijo? −Urgió don Gonzalo.
−No lo entendí −y se dirigió al fantasma−. Can you repeat, please? But slowly.
−This castillo it’s mine.
−Ah. Que tenía un castillo allá −aclaró doña Clara.
−¡Mío! Where are you standing it’s mía propiedad.
−Semejante bellaco. ¡Jamás habéis pagado un duro en impuestos!
−You tienen que get out of mi castillo.
−De aquí no moveremos un pie −amenazó don Gonzalo.
−¡Shit! ¡Shit, shit, shit! −Alardeó el fantasma.
−¿Qué dijo?
−Nada, así estornudan los ingleses.
−¡Salud! −Ofreció don Gonzalo.
−Mí no querer people in my castillo.
−Pues os volveráis momia queriendo asustarnos porque no lo conseguiréis.
−My husband says that…
−¡Shut up! ¡Bastards!
−¿Qué es eso de «sharap»? −Inquirió don Gonzalo.
−Que nos callemos, querido. Y a mí ya me cansa tanta ordinariez.
Don Gonzalo se adelantó un paso y habló recio.
−Escuchádme, fantasmita. Este castillo pertenece a mi familia desde hace un siglo y medio y no cederemos ni una baldosa. Si queréis estar aquí lo haréis como todo muerto, quietito y en silencio.
−You no hablar así if you know it that mí fue guía of criminals.
−Ellos ya no existen, ni tú. ¡Ahora sólo guías el ridículo! −Amonestó don Gonzalo.
−He says that this castle…
−¡Be quiet ! You will dejar my castillo or I will mostrar all the horror and pain of my power −diciendo esto soltó una satánica risotada que, en lugar de aterrorizar a los dueños los hizo, curiosamente, sonreír y tener una idea.
Fue aquella noche un inagotable tesoro para los Carrascosa López Toledo Alvarfernández y Ruíz, quienes, asesorados por el mismo fantasma habilitaron una parte del castillo con toda la parafernalia de los piratas y era el mismo fantasma el encargado de las visitas guiadas. 

lunes, 7 de noviembre de 2011

Apremios

                                               Dedicado a don Juan Ojeda

Era cerca de la media noche.  Afuera la tormenta se declaró con truenos, ráfagas huracanadas y un escandaloso aguacero. Ya enfundado en mi camisón y gorro había llevado hasta la cama un té de tilo y, al fin, me había decidido por dar lectura a Hablapalabra, antiguo libro que uno de mis antepasados había escrito y que nunca me llamó la atención hasta hoy, pero mi sorpresa fue mayúscula cuando llegué al primer relato y leí: “Era cerca de la media noche. Afuera la tormenta se declaró con truenos, ráfagas huracanadas y un escandaloso aguacero.”. Detuve la lectura y reflexioné en la extraña casualidad, sobre todo, con lo que leí después. “(…) Ya enfundado en mi camisón y gorro había llevado hasta la cama un té de tilo y, al fin, me había decidido por dar lectura a Hablapalabra, antiguo libro…”.
Me quedé estupefacto, y comencé a saltarme líneas “…de mis antepasados había escrito”. “La tormenta…”. “a saltarme líneas”. Algo estaba ocurriendo, pero eso era lo menos porque ya tendría razones para el asombro y la sorpresa.
Una retahíla de relámpagos  azuló mi habitación, mientras un soplido frío apagó el candelabro. Hurgué en la oscuridad buscando la piedra de azufre y el mechero para encenderla pero unos potentes golpes en la puerta de calle, allá abajo, me hicieron saltar y botar el tazón de té, el libro y el candelabro. Los golpes eran insistentes y, como pude, encendí una vela. Busqué un garrote y, poniendo el candelabro en el piso y en posición, grité.
−¡Quién vive!
−¡Soy yo, animal! −Respondió el bromista, aunque su voz era la mía.
−¡Que cómo te acristianaron, baboso!
−¡Soy yo, Julio Díaz-Escamilla, tarado! ¡Me estoy mojando, desconsiderado!
Lancé el garrote al piso y corrí a quitar la tranca de la puerta y entré todo empapado. Cerré la puerta y me vi de cuerpo entero mientras escurría agua por todos lados. Dejé mi bolso en el piso y mi otro yo me pidió que no me moviera, que me quedara allí mismo para no mojarle su preciosa sala.
−¡Pero te das cuenta la sopa en que vengo hecho! −Me dije tiritando.
Con señas −porque no podía hablar− le dije que se quedara allí, y fui por una sábana y ropa seca ¡si hasta era del mismo tamaño mío!
Puse el camisón y gorro en el sillón y comencé a desvestirme tirando en un rincón la ropa empapada. Me volteé para no verme desnudo y cuando me hube cambiado, llevé la ropa mojada a tenderla al baño, luego fui a la cocina a preparar dos tazones de té.
−Así que tú eres yo −me dije, y arrugando el entrecejo como siempre hago me contestó.
−No, querido, yo no soy tú ¡tú eres yo!
−Bien −me dije−. ¿Y qué se supone que deba hacer ahora?
−Lo que hace un bien nacido −me contesté−. Preguntar que cómo estoy, que dónde he andado, que quién me ha dado señas de tu casa, que si he escrito últimamente, que si estoy cansado, y lo principal, para qué diablos he venido con semejante borrasca.
−¡Oye −le previne−! No tengo tanta memoria.
−Si no necesitas decirlo. Que se te ve en la cara lo… −Otros recios golpes en la puerta nos pusieron de pie. Cuando mi otro yo cogió el garrote y se puso en posición, pregunté.
−¡Quién vive!
−¡Soy yo, animal! −Respondió el bromista, aunque su voz sonaba igual a la de nosotros.
−¡Que cómo te acristianaron, payaso! −Preguntó mi otro yo.
−¡Soy yo, Julio Díaz-Escamilla, ineptos! ¡Me estoy mojando, inciviles!
Lancé el garrote al piso y corrió a quitar la tranca de la puerta y otro yo entró empapado. Cerré la puerta y me vi de cuerpo entero mientras escurría agua por todos lados. Dejé mi bolso en el piso y mis otros yo me pidieron que no me moviera, que me quedara allí mismo para no mojarles su preciosa sala. Y mientras, al parecer, el dueño de casa corría escaleras arriba, el otro yo me extendió un tazón de té y se alejó observándome como animal raro. Regresó el otro Julio con un camisón y gorro secos, así que les pedí que se voltearan los mirones y tirando la ropa mojada a un rincón me metí en la ropa seca.
−¡Y cómo le has dado mi té, granuja! −Le dije al otro Julio quien sonreía socarronamente.
−¿Tu té? −Preguntó el recién llegado− ¿Pero puede haber alguien más desconsiderado que tú? No sólo me he empapado para venir a dejarte un premio sino que tu preocupación es “tu té”.
−¡Eso es! −Saltó el otro Julio− ¡Sí, a eso he venido! A dejarte un premio.
Les pedí a los monigotes que se calmaran porque eran unos pulpos nerviosos abriendo sus bolsos y sacando unos grandes cuadros que casi los tiran al piso y rompen cuando unos escandalosos aldabonazos sacudieron la puerta. Les hice señas para que se callaran, pero el primero que había llegado alzó el garrote y me hizo señas para que preguntara.
−¡Quién vive!
−¡Soy yo, pelmazo! −Respondió otro yo allá afuera con mi propia voz.
−¡Que cómo te acristianaron, abusivo!
−¡Soy yo, Julio Díaz-Escamilla, torpe! ¡Me estoy mojando, inconsiderado!
Lancé el garrote al piso y corrí a quitar la tranca de la puerta y entré todo empapado. Cerré la puerta y me vi de cuerpo entero mientras escurría agua por todos lados. Dejé mi bolso en el piso y mis otros yo me pidieron que no me moviera, que me quedara allí mismo para no mojarles su preciosa sala.
−¡Así que ahora somos cuatro! −Les dije.
−¡Ve por un camisón y gorro, por favor, no seas tan grosero!
Corrí escaleras arriba y los volteé a ver, dos secos y un mojado.
−¡Vaya manada de ineptos! −murmuré.
Bajé con lo de siempre y ahora sólo había dos Julios, un mojado y un seco. Cuando se hubo cambiado, el primer Julio que llegó entró a la sala con dos tazones de Té y le dio uno al recién llegado y a mí me dejó con la mano extendida.
−Es tu casa. Tú puedes ir a la cocina a prepararte uno.
−Yo te fui a preparar un té a ti −le grité.
−¿Siempre eres tan cacofónico? −Dijo el Julio recién llegado sorbiendo su té y negando con la cabeza.
−A lo que vine −dijo el primer Julio−. Este premio te lo manda Midala.
−¡Midala! −Recordé−. ¡Es quien me llama “torero”! −Presumí.
−¡A mí es a quien llama Torero! −Fue la escalera de voces.
−Bueno, que es con mucho cariño de Relatos Cortos, y que espera que te guste y que lo cuelgues allá, en aquella pared.
Fui a colocarlo encima de la chimenea.

−¡Listo! −Dije y alcé el rostro− ¡Gracias Midala! ¡Muchas gracias!
−Pero no te pases de listo. Tienes que entregar este mismo premio a cinco amigos. Así que aquí te traigo la lista…  Para el listo −añadió sonriendo.
La leí y sonreí al ver nombres que indudablemente yo mismo hubiera elegido.
GALA                           (Galatea y el efecto Pigmalión)
MARÍAROSA              (Cuentos y Poesías)
DORIS DOLLY            (Estrella solita, con amor)
LOLI SALVADOR       (Las cien puertas de Eunate)
LAPISLAZULI              (Pensamientos con Lapislazuli)
Después de esto el segundo Julio me extendió un cuadro con un corazón.
−Este te lo manda Simplementeyo.
−¿Tú te mandas a ti mismo para traerme un premio que tú me das?
−¡Simplementeyo! De ¿Naciste en los años 60?
−¡Ah! Simplementella. ¡Habla bien! −Se lo quité y fui a colgarlo en otra pared −y al regresar, también este Julio tenía un listado.

−A ellos has de entregárselos −y leí sonriendo.
TOWANDA                  (Mi modo de ver la vida)
MIDALA                      (Relatos Cortos)
PILIMªPILAR               (Autocare de Miramare)
MARIBEL CANO                  (El rincón de mis sueños)
FRANCISCO ESPADA         (Días de aplomo)
Alcé mi vista al techo y grité ¡gracias, Simplementeyo! Finalmente el Julio recién llegado y más sonriente con el té en la barriga me extendió el otro premio.
−Este te lo manda Lore, de Amaneceres, la poeta.
−Perfecto −dije recibiéndolo y mandé al primer Julio a colgarlo en la pared.

−Y a estos amigos quiero que se los entregues.
Por supuesto que iba a reclamarle y sugerirle que no me diera órdenes pero el listado me arrancó una sonrisa.
QUINO                         (El Parapeto)
CLOCHARD                (Actos invisibles)
TORO SALVAJE         (Toro Salvaje)
CHELO                         (Pasatiempo)
NERIM                         (Cajón secreto)    
Ya que todo estuvo hecho y dicho los mandé a dormir al corral y les di unas frazadas, por supuesto que todos me miraron con unos ojos como si fueran los míos. Demás está decir que al siguiente día los tres ya se habían ido y fui a la sala a sonreír por mis premios viéndolos adornar mis paredes, entonces regresé a la habitación por el libro Hablapalabra y busqué el relato que interrumpí la noche anterior y casual, coincidente o extrañamente, el dicho relato terminaba con este mismísimo punto.

jueves, 3 de noviembre de 2011

La libélula

El ingeniero Krausten, trabajaba afanosamente −muy entusiasmado− en el proyecto que el gobierno había concedido por licitación a su Compañía. Su arquitecto había realizado un estupendo trabajo en el diseño y ahora él afinaba en el ordenador todos los detalles técnicos y nodos para presentar, finalmente, la estrategia de construcción, certificación de proveedores y tiempos de cumplimiento en cada fase.
Lástima que su mujer no lo acompañara en este éxito. Todo le sería más fácil ya que ella tenía una especialización en Concreto y Asfaltos. Pero había desaparecido hacía dos años dejándole a su hijo −de ella, porque él no podía tenerlos−.
Una libélula entró y comenzó a golpetear sus alas contra los tubos fluorescentes del techo. Este ruido comenzó a exasperarlo y a distraerlo; se equivocaba en cualquier cálculo, un decimal o simplemente ponía en columnas equivocadas algún dato. Archivó el trabajo y se puso de pie observando aquel bicho que había llegado a fastidiarlo.  Fue por una escoba.
Una lucha desigual y torpe comenzó a librarse en aquel Estudio, ni él atinaba a matar o hacer huir a la libélula, ni ésta hacer que el ingeniero desistiera de sus lerdos intentos.  Fue por una silla para acercarse más a la lámpara fluorescente y el bochornoso enfrentamiento comenzó a poner furioso al ingeniero quien maldecía rabiosamente sin conseguir absolutamente nada más que frustración e ira.
Gustavo entró con sus seis años al Estudio de “papito”, así lo obligaba a llamarlo cuando hubiere visitas, cuando no, era “ingeniero Krauste”.
−¡Qué miras! −Le increpó.
El niño bajó la vista, pero inmediatamente tomó la resolución de ayudar.
−La libélula quiere la luz, por eso está allí. Si la apagas se irá.
El ingeniero se volvió rabioso al niño.
−¡Apágala entonces!
−No alcanzo −dijo tembloroso.
El ingeniero bajó de la silla y fue a apagar la luz. La libélula también tomó la decisión de irse de allí y salió por la ventana, mientras el ingeniero colocaba la silla en su lugar y, antes de ir a devolver la escoba a su lugar, ordenó al niño.
−Cierra la ventana.
−No alcanzo, ingeniero Krauste.
−¡Eres un inútil! −Él mismo fue a cerrarla y se retiró.
Gustavo se acercó a la ventana a ver el jardín y murmuraba.
−Soy un inútil, un inútil. Soy un inútil, un inútil. Soy un inútil…

lunes, 31 de octubre de 2011

De Vivos y Difuntos

La Noche entró pavorosa en el pueblo y, aunque sus inmensas ventosas cubrieron todos los techos, árboles, potreros, muros y cosas, sus ojos se quedaron fijos en el cementerio.
Nunca le gustó a la Noche la víspera del Día de Difuntos.  La gente tenía costumbres extrañas y la alteraban, la hacían parecer otra cosa y no lo que es desde el confín de los tiempos: El palpitante lado muerto de la vida.
Tampoco le gustaba la navidad o la torpeza de fin de año; la gente no se dedicaba a lo de siempre en su seno, es decir, a descansar, a dormir, a soñar o a lo otro, eso de disfrutar sus cuerpos con lascivos quejidos y mordiscos, ¡no!  Hacía cosas distintas; quizá por ello era más negra que nunca esta vez.
Vio a un hombre incorporarse trabajosamente entre las sombras del cementerio; cuando lo hubo hecho, comenzó a ensayar algunos pasos y a estirar los brazos, cuello y torso; entonces sus miradas se cruzaron.
−Hola −dijo el hombre componiéndose la corbata y agitando una mano. La noche le devolvió un agrio silencio.
Aquel hombre comenzó a deambular y a ayudar a otros que salían de sus tumbas. Ni siquiera los cadáveres eran tal cosa, y eso la irritaba. Una niña salió de un mausoleo y el hombre corrió a ayudarla porque no podía quitarse una venda de los ojos, ésta no aceptó la ayuda y, entre maldiciones, se quitó el viejo trapo, lo miró con desdén y luego vio a la Noche, a ambos les dio la espalda y se retiró saltando.
Todo el cuadro era grotesco para la Noche, una insolencia de la inventiva humana que de tanto creer que aquello ocurría, realmente acontecía, es decir, que los muertos salieran de sus tumbas. Aquellos de los que un día huyó la vida, y la putrefacción hizo reino en sus cuerpos, ahora saltaban a una existencia que la Noche miraba con repulsión y acritud.
Pero lo peor llegaba en ruidosa y olorosa romería, invadía el cementerio y se dispersaba por todas las tumbas en un murmurante monólogo que incluía saludos, rezos, chismes, canturreos y bienaventuranzas.
No había astro alguno, ni lucero, ni estrella en la capa nocturna que no se agitara ante aquella contradicción de alegres deudos. No había en toda la atmósfera un sólo elemento que no se solidarizara con la Noche quien, ante tal desparpajo de inclemente ilogicidad, rabiaba hasta la más encendida negrura.
“¿Para qué la comida, y los dulces, y la música?”. Se preguntaba. Porque siempre al retirarse observó a la fauna del cementerio devorar hasta el hartazgo las comidas favoritas de quienes no podían comerlas. Tampoco entendía cómo buscador y buscado ni se enteraban el uno del otro. Los padres de la niña, por ejemplo, llevaron una muñeca y dulces, pero ésta no se dio cuenta de la ofrenda, ni siquiera podía ver a su amorosa madre y al callado padre, ella se entretenía sacando la lengua o haciéndole señas vulgares a cualquier espíritu que le diera la espalda. Todos se dedicaban a otra cosa, menos a compartir con los visitantes. Al otro día, sabía que encontraría adornado todo el cementerio, y esa extensión de la vanidad y el despilfarro también le chocaba.
En un momento inadvertido la Noche sonrió, pero no por los guitarrones, trompetas, violines y panderetas que se sacudían abajo, sino porque así como estos mortales creían que sus familiares muertos salían de sus tumbas, los espíritus creían verla y hasta le hablaban, y ella, también se había tragado aquella historia de la fragua, el yunque, el niño y los gitanos. Lástima que la Luna fuera muda −o tonta−, porque cuando se encontraban, nunca le respondía si ciertamente la habían encontrado los gitanos sobre el yunque con los ojitos cerrados, y cómo era esto si después la vieron por el cielo con un niño de la mano.
Por eso le incomodaba la víspera del Día de Difuntos porque hasta ella entraba en otro plano en el que se sentía observada, y lo peor, pensaba, hablaba y recordaba, cuando todo esto, no es más que una invención.


               

viernes, 28 de octubre de 2011

Rocco Chef TV

                                                                 Dedicado con cariño a Kasioles


Hola, amigos.  Hoy les traigo una deliciosa receta que les encantará, pero, debo decirlo, sólo si hacen lo que indico; porque algunas de ustedes me escriben y me dicen ¡Hey, Rocco, tus fideos al ejote me salieron fatal! Y yo me pregunto ¿por qué si digo fideos, usan spaghetti? ¿Ah? Dígame usted señora, fideos al ejote es con fideos no con raviolis ni spaghetti. O que el pescado en miel tuvieron que tirarlo, pues nada, que si no es miel no les funcionará nunca ¡por qué insisten en cambiarme las recetas! Yo no sé de nadie que le cambie los ingredientes ni tiempos de cocción a los pucheros de Kasioles, ¿por qué lo hacen conmigo?
Bueno. He recibido miles de correos, pero hoy, mientras metemos al horno nuestras papas a la naranja al cerdo, o cerdo a las naranjas a las papas, sólo leeré algunos. Pero ¡a todas, a todas les contestaré, esto no necesito anunciarlo!
Pues vamos directamente a esta delicia de Papas ¡a la naranja al cerdo!
¡Ah, los maravillosos tomates! ¿Para qué nos servirán hoy? Pues para lo que sirven los tomates, para rodajarlos o triturarlos. Así que se cortan dos rodajas de tomate, luego otras dos, y si alcanza rodajeamos otras dos y sino sólo una más, o las que podamos. Ya que tenemos los medallones de tomate los colocamos acostaditos en una bandeja, pero, los retiramos de allí inmediatamente, secamos la superficie y primero espolvoreamos harina y entonces sí, colocamos las rodajas de tomate, acostaditas.
Antes de picar dos dientes de ajo, recuerden pelarlos, y luego procedemos. Troceamos cuatro papas, pero si son grandes sólo dos, aunque si son pequeñas podemos trocear seis, ¡pero antes! Al igual que los ajos ¡hay que pelar las papas, señoras mías! Y las revolvemos con el ajo y salteamos.
Pelamos la mitad de una naranja, y luego que hemos quitado la cáscara de esa mitad, procedemos a quitar la otra mitad, así ¿ven? Hermosa la naranja ¿cierto?  Quienes tengan aguacate y pescado en casa, pueden tomarle fotos o lavarlos y guardarlos porque no los utilizaremos en esta receta.
La naranja bien pelada y cortada por la mitad ¿dije que hay que cortarla? Pues hay que cortarla por la mitad, así tenemos dos mitades. Con la punta del cuchillo de sierra, no con el cuchillo para la mantequilla, con el cuchillo de sierra que es más puntiagudo, le sacamos las semillas ¡así!
Ahora, aunque a Julio no le gusta el cerdo, pero a Kasioles y a mí sí, por aparte lavamos y partimos las piezas de cerdo en tiras.  Ya que hemos hecho esto, encendemos la hornilla, colocamos una cacerola alta de fondo grueso y lo fundimos a fuego medio.
Mientras, pelamos y cortamos las cebollas en juliana finita, ¡no lo hagan al revés: cortar y pelar! Es: pelamos y cortamos, y las incorporamos a la cazuela dejando que se pochen con el cerdo durante unos 7 minutos a fuego lento. ¿Que qué tienen que ver las papas y la naranja con el cerdo? Ya lo verán. Ahora tomamos unas zanahorias y las quitamos de aquí porque no nos servirán para nada y sólo nos estorban. Todas las cáscaras y semillas las tiramos a la basura. Así.
Estas perillas no son ningún adorno del fabricante ¡son para regular la temperatura del horno! Así pues, lo encendemos y dejamos que se caliente.
Ahora, en la bandeja de rodajas de tomate vamos colocando las piezas de cerdo y la papa con el ajo, escurrimos el jugo de la naranja y un chorrito de vinagre, y ¡voilá! Al horno a esperar que se cocine durante cinco minutos, o si quiere media hora, pero estamos en televisión y no da para tanto. Cerramos el horno, así, y veamos la correspondencia.
Anet nos escribe un correo pero en griego, y yo no lo hablo. ¡Ah, Cristy! Al fin apareció ¿la recuerdan? Pedía mi  receta de sardinas a la piña; y nos cuenta que…  A ver… ¡Vaya con Cristy! ¿Conoces los abrelatas, Cristy? ¡Pues no se revuelven los trozos de piña con las latas de sardina! ¡Hay que sacarlas, por dios! La demás correspondencia será en nuestro próximo encuentro.
Ahora, abrimos el horno y este humo nos anuncia que, efectivamente, se nos han quemado las papas a la naranja al cerdo, lo cual no es ninguna tragedia porque podemos raspar toda la superficie de carbón y llevarlo a la mesa. Y allí que lo coma quien tenga hambre. Que lo disfruten, y como dice Karras ¡sed felices! Hasta la próxima.

domingo, 23 de octubre de 2011

WESTERN

−DOBLADO AL ESPAÑOL−

Los quince hombres de la 57 compañía de caballería estaban apostados en un pequeño terraplén, atentos a la boca de la cueva donde Zorroloco se había refugiado. El sargento Burroughs meneó la cabeza y gritó hacia la cueva.
−¡Dejáos ya de juegos, Zorroloco, y entregaos!
Por respuesta un disparo chilló en una roca levantando una pequeña nube de polvo.
−¡Así que queréis ser héroe! ¡Pues sabédlo, estáis perdido!
Al fin, y en un ahogado eco, la voz de Zorroloco llegó a las treinta orejas y se metió en los quince cerebros que lo rodeaban.
−¡Vosotros sois los que estáis perdidos! ¡Andaos o lo pagaréis caro!
Detrás de unos montículos salió el capitán Thunderby acompañado de Palomitaterca, una piel roja que llegaba componiéndose las negras trenzas.
−¡Pero que sois inútiles! −Increpó−. ¡Sargento! ¡Coged unos hombres! −El sargento abrió los ojos incrédulo y Thunderby tuvo que aclarar−  Y sacad a Zorroloco de la cueva.
Otro disparo escupió en una piedra y ésta gritó asustada.
−¡Bridget, Carson, Fremont! −Ordenó el sargento, y aquellos se acercaron agachados−. ¿Veis esa cueva? −Los soldados se voltearon a ver unos a otros− ¿Pues qué esperáis? Sacad a ese indio de allí.
Tres aullidos salieron de la boca del rifle de Zorroloco y tres sombreros volaron por los aires paralizando a sus dueños.
−¡Escuchadme bien, Zorroloco! El ferrocarril pasará por aquí antes que se os acaben las municiones −advirtió Thunderby.
Un disparo silbó en el ambiente y fue a empotrarse callado en una rocosa pared, impecablemente, sin levantar nada de polvo.
−¡Sargento! −Este se acercó− Coged unos hombres −el sargento se rascó la oreja y Thunderby tuvo que volver a aclarar−. Iráis con unos hombres por el flanco derecho, yo iré con los otros por el izquierdo.
−¡Deteneos! −Previno, Palomitaterca− Jamás lo sacaréis de allí.  Yo lo haré.
−¡Escuchad, Zorroloco.  Aquí está Palomitaterca y quiere hablaros!
Zorroloco apuntando con su rifle se asomó al boquete de la cueva.  Palomitaterca comenzó a cantar −muy dulcemente− “El último tren a Georgia”.  Zorroloco fue bajando su rifle y la tierna voz de Palomitaterca se confundió con otra, potente y romántica, que salía de la cueva. La piel roja dejó de cantar y una mujer rubia apareció detrás de Zorroloco cantando “Extraños en la noche”, pero fue la voz de Thunderby quien la hizo callar.
−¡Qué hacéis con ese indio, Mellanie Sue Ann!
−¿Qué hacíamos en Arkansas, Carl Mikel? −Respondió la susodicha.
Thunderby bajó la cabeza y luego levantó el mentón, volteó a ver a sus hombres que agitaban la cabeza y sonreían.
−No es lo que pensáis, cocinábamos y comíamos bastante −luego se dirigió a su mujer o su exmujer−. ¿Así que ahora cocináis con Zorroloco, Mellanie Sue Ann?
−¡Y comemos bastante! ¡Tiene un apetito insaciable!
Todos los hombres soltaron una bullanguera carcajada y silbaron.
−¡Calláos! −Ordenó el capitán a punto de una crisis de celos−.  ¡Os van a colgar, Mellanie Sue Ann, por proteger indios!
−¡Ya me colgó Zorroloco, y me ha gustado más!
−¡Calláos, mujer blanca! −Gritó Palomitaterca− ¡Cuando acabe con vos, van a recoger pedacitos de carne!
−¡Ya los recogió Zorroloco, y os lo digo, no lo hace nada mal!
−¡Poned atención Mellanie Sue Ann! ¡Retiraos…!
−¡No me llaméis: Mellanie Sue Ann, nunca más lo hagáis! ¡Ahora me llamo: Palomitadulce! ¡Así me conoceréis!
Nadie entendió por qué Zorroloco alzaba los brazos y gritaba y saltaba riendo neurótico, hasta que una flecha se hundió en un palmo de tierra frente a Thunderby. Todos se voltearon, y cientos, miles de indios los apuntaban con sus arcos. Los quince hombres y Thunderby tiraron sus armas al piso levantando una desordenada nube de polvo.
EPÍLOGO
Días después de este episodio, los uniformes de los quince hombres de la 57 Compañía de Caballería, fueron encontrados por el cazador Billy the boy, quien siguió otros rastros hasta Napa, California, donde, y con otros nombres, Zorroloco, Carl Mikel Burroughs, Mellanie Sue Ann y Palomitaterca habían fundado un floreciente negocio de música, whiskey, chicas y habitaciones temporales.

FIN

jueves, 20 de octubre de 2011

Eternumm

Personalmente no entiendo esto de la Federación. Antes teníamos mucha libertad, sin ese atuendo legal que sólo redujo nuestro accionar y esclavizó las voluntades, hay que decirlo. Por supuesto que no puedo hacerlo clara y llanamente, mucho menos en las reuniones, porque con sólo ver las caritas de estos pobres se me enternece el corazón, y si bien El Señor hace de nosotros un líder, prefiero dejarlos en su nube de sueños nacionalistas, y que sean ellos, allá afuera, quienes encuentren el camino de la patria, hablo de la terrena, porque la otra, la ideal, esa sólo la podrán gozar cuando estén muertos, y aunque en ello sí pongo empeño y énfasis, ¡son unos renegados! Ninguno quiere morirse. Si con lo dichosos que serían allá arriba tendrían que estar deseando morirse rapidito. 
Esta era una promesa en culturas muy antiguas, cuando la encontré, me dije, pues bueno, ya que estamos con cambios en la cofradía y se organizan concilios y tonterías, pues a ponerles de otra forma el asunto, y se me ocurrió esto de la vida eterna, pero allá, en otro lugar, un lugar más lindo, donde nadie tenga que agobiarse por conseguir el sustento.
Siempre se los digo.  Cuando uno de ustedes muere hay fiesta en las alturas, y todos se reúnen con regalitos para darles una feliz bienllegada, y los que aquí quedamos también hacemos fiesta porque tú, o él, o ella, o ustedes se mueren.
¡Pero nadie se quiere morir!
Incluso mandé a hacer féretros bien adornaditos, acolchados por dentro, ¡muy cómodos! Y por fuera, dibujitos de toda índole y colores. Ayer mismo les mostraba uno, y todos sonreían aniñadamente.
¡A ver! −Les dije− ¿Quién va a ser el feliz huésped de esta belleza?
Entonces volvieron con la cara adusta y la mirada áspera. Tuve que recordarles que soy su dirigente, y al dirigente se lo respeta, se lo quiere, sobre todo cuando desea vernos muertos, pero no por el morboso abandono en que quedan esqueleto, carne y órganos, sino por el gozo de alzar la vista e imaginarlos allá arriba.
La dicha es que aquí no hay otras religiones, por mucho que anden con su perorata de libertades, y en no habiendo nada ¡pero nada que hacer en la comarca! Cada noche los tengo aquí, con sus pieles apergaminadas, amarillentas, los ojos inyectados unos y azafranados otros, y sus boquitas resecas deseando la medianoche.
Llevamos en esto más de doscientos años ¡mucho más! Y aunque hay nacimientos, pues que nadie se nos muere, sólo un sobrino del señor Conde que por accidente se incrustó una estaca en el pecho y dos días después fue encontrado su promontorio de cenizas. Pero fuera de él, nadie piensa en morirse.

lunes, 17 de octubre de 2011

Aquí y allá

Ayer no pude ir a verme por muchas razones.  Primero, porque estuve buscando entre papeles y documentos, una póliza de Seguros ¡que no recuerdo¡ si la terminé de pagar, o la dejé de pagar, o qué se yo; segundo, porque me encolericé recordando la idiotez de todo esto, y seguro que si voy me doy de bofetadas y lo complico todo; y tercero, porque no me gusta verme así. Es deprimente y estúpido.
En un chico, casi se disculpa, pero que un hombre de mi edad vaya a empotrarse a una casa sólo por cambiar una emisora ¡por favor! Y esto es lo que no me perdono, la idiotez, yo, declarado enemigo número uno de ésta ¡ahora soy su favorito, su hijo predilecto, su orgulloso trofeo!
Supieran lo mal que me siento, sobre todo por estos cambios ridículos.  Recién he estado en mi departamento despotricando por la situación y ¡ahora! Escucho la verborrea de dos hombres que parecen doctores, porque vaya a saber si serán médicos; pudiera toda esta macabra situación incluir a dos actores que han memorizado un discurso clínico.  Como no puedo verlos…
−Es un estado de Coma, pero sin trauma craneal.
−¿No has pensado en narcolepsia?
En fin, que yo prefiero venir a verme, y no estar aquí adentro sólo escuchando, y sin poder hacer nada, y encima tengo mucho miedo.


viernes, 14 de octubre de 2011

Umbrales

Cada espejo es el umbral de un laberinto
por el que cada quien transita y en el que cada 
quien se observa,
magnifica o lastima, tras de lo cual, vuelve a su recorrido
mientras del otro lado ocurre lo mismo…
infinitamente.

Elsa pasó muy mala noche –tenía colon irritable− y aunque aún no amanecía decidió levantarse, también de mala gana.  Sintió la calidez de sus pantuflas de toalla meterse en sus pies y dejó que la encaminaran al baño; cepilló sus dientes y pensó en su hijo hospitalizado a raíz de un accidente automovilístico un días atrás.  Estaba fuera de peligro; sólo tenía una pierna enyesada, el tabique de la nariz roto y una impresionante deuda por los daños a un autobús.  Se enjuagó la boca, sacudió el cepillo, lo colocó en el vaso de plástico y alzó la vista al espejo.  No le gustaron las ojeras, los amarillentos ojos y las odiosas arrugas flanqueando los pómulos; se volteó malhumorada.  Un milisegundo después −cosa que ella no vio− la imagen en el espejo chasqueó los dientes, también giró, y nerviosamente volvió a la pequeña clínica donde una enfermera la esperaba para tomarle la presión; así lo hizo y, sin que sonara a alarma, la enfermera se lo dijo:
−Debe calmarse, doña Esther.  Todo en la vida tiene solución.
−Lo sé −dijo por decir algo.
Luego que la enfermera se quitó el estetoscopio y lo dejó colgando en su cuello, destrabó el brazalete y murmuró un “todo bien”, Esther se puso de pie.
−Usaré de nuevo el baño, tengo la boca amarga.
−Enseguida viene el doctor.
Esther volvió al baño, escupió, se enjuagó la boca y mojó sus manos, arrancó una servilleta de papel del dispensador y quedó muy seria frente al espejo mientras se secaba; tiró con molestia el estropeado papel y se retiró sin ver que la imagen en el espejo, una fracción de segundo retardada, también dio media vuelta, se acercó a una puerta que abrió y se topó con otra mujer que entraba con urgencia.
−No salgas, Enma −la tomó del brazo, la llevó al lavabo y le susurró−.  Tu marido acaba de entrar, está en la barra.
−¿Y Marcos lo ha visto?
−Tu conquista está sana y salva.  Pero si ni se conocen −encogió los hombros−, ¿o sí?  Quédate aquí…  ya ingeniaremos algo.
Aquella mujer abrió la puerta, se volteó, guiñó un ojo a Enma y se marchó.  Enma fue otra vez al espejo, sacó de su bolso una redonda esponja y la pasó por su frente y mejillas −unos minutos antes, radiantes y dichosos, y ahora tensos−.  Guardó la esponja en su bolso y dio la espalda al espejo decidida a salir del baño, sin ver, por supuesto, que su imagen sonrió burlonamente y también se marchó y se encaminó por un largo pasillo hasta llegar a la sala de terapia intensiva.  Fue directamente a una cama en la que un hombre mayor convalecía de una operación de próstata.  Observó la manguerilla que salía de entre la sábanas hasta una bolsa plástica al pie de la cama, y −pese a algunas gotas de sangre en la orina− dictaminó que todo estaba bien; fue viendo, con una mirada general a otros pacientes y salió de la sala rumbo a la cocina.  Allí estaba el doctor José Sierra, preparándose un té.
−Buen día, doctor.
−Hola, Elva.
−Se lo ve cansado −dijo mientras se servía café.
−Dormí un poco.
−Pero se lo ve cansado −insistió Elva removiendo el azúcar.
−¿Sabes que soñé que me accidentaba?  Mi pobre fémur se partía en dos y, envidioso, también el tabique.  Eché a perder mi lindo auto.
−Atiende muchos pacientes, doctor −dicho esto se retiró.
El joven médico bebió pensativo el té.  Otro doctor entró apresurado y colocó una tablilla de aluminio en la mesa frente a Marcos. 
−Aquí lo tienes, querido, todo tuyo.
José recorrió con sus ojos aquella hoja prendida en la tablilla y no quiso contarle a su colega sobre el sueño.
−Femoral y tabique.  Qué bien.
−Saldré de viaje.  Evalúa tú si usamos pernos o varilla −dicho esto lo dejó solo.
José terminó el té −y tablilla en mano−, fue al baño; lavó sus manos y por un momento se observó en el espejo, realmente parecía cansado.
−Nada ocurre antes, ni después  −dijo ausente; secó sus manos, recogió la tablilla y se marchó.
La imagen en el espejo también se retiró con la espectacular sincronía de eso que recién había dicho “Nada ocurre antes, ni después.”.  Se reintegró al salón del restaurante extrañándole ver −por las vidrieras− a Enma y su amiga yendo al auto de la segunda.  Cuando alcanzó su mesa, Enma había dejado escrito en una servilleta: “Sólo síguenos, Marcos, luego te explico”.  Vio unos billetes sobre la mesa y no esperó a que el mesero fuera con la cuenta, levantó su pulóver y fue a la playa de estacionamiento en el que las mujeres salían haciéndole señas con las luces.  Arrancó su auto, se dio prisa y alcanzó a verlas, aunque no entendía por qué iban como locas, hizo presión en el acelerador y vio por el espejo retrovisor si había policías atrás de él, volvió la vista a la avenida sin percatarse del largo parpadeo que su imagen en el espejo hizo cuando Esther retiró el espejo de mano frente a su rostro.
−Nada del otro mundo, hijo.  Cirugía plástica y como si nada hubiera pasado.
−¿Podré caminar?
Esther asintió, luego volvió sus duros ojos a Marcos.                      
−¿Qué pasó al fin?
−Luego te explico.
Dicho esto, en su mente apareció la letra de Enma sobre la servilleta y algunas imágenes del accidente, en tanto en otro punto del espacio y del tiempo, un vehículo era lanzado por un ómnibus contra un poste, y un anciano, sentado, se veía en el amplio espejo de la pared mientras una enfermera secaba su torso.
−Yo atendí en este hospital, hace mucho tiempo.
−Todos sabemos eso, doctor Sierra.
−Hace mucho tiempo −murmuró el anciano mirando fijamente al espejo donde esperaba que la imagen hiciera otra cosa distinta a sus gestos, y lo hizo, cuando la enfermera arrastró su silla fuera del baño, pero él no lo vio.

miércoles, 12 de octubre de 2011

¡Ostias!

La anciana, impecablemente ataviada y seria, no veía con buenos ojos al sacerdote, pero éste sonrió al notarla en la segunda banca, y de cuando en vez −durante su sermón dominical− a ella dirigía ciertas frases como la que repitió tres veces: “No juzguéis a vuestros semejantes”, o aquella de “Perdonad a los que os ofenden”.
En la comunión, la agriada señora, esperó paciente hasta enfrentar al sacerdote.  Y tomando la ostia entre sus dedos la acercó a la boca de aquella mujer con un “El cuerpo de Cristo”, pero la mujer frunció el ceño y cerró la boca.  Sonriente el sacerdote repitió su “El cuerpo de Cristo” dos veces, sin embargo, la mujer se negaba a abrir la boca. El sacerdote enrojeció  y se inclinó hacia la anciana para hablarle y pedirle que desatascara la boca. Entonces sí habló la mujer y sólo el muchacho que estaba detrás de ella lo escuchó:
−¡Seguís tomando vino, vicioso! −Farfulló.
−Aquí no, madre, por favor.  El cuerpo de Cristo.
La mujer le sacó la lengua y el sacerdote aprovechó para dejar allí la temblorosa ostia.

lunes, 10 de octubre de 2011

Cuentos de Bolsillo

* Fue muy sospechoso para Pinocho que el día de su cumpleaños insistieran en celebrarlo con una fogata.

* Con apenas 21 años, Bárbara lleva 8 meses en prisión dado un mal entendido por su jefe; aún no determinan si fue homicidio o asesinato.

* La Bella Durmiente fue elegida entre vítores y aplausos Patrona de los ferrocarrileros.

* La linda princesita de palacio andaba furiosa, su madre quería obligarla a casarse con un sapo feo que un listo llegó a venderles con la historia de que era un bla, bla, bla.

* Era impresionante y divertido observar en el restaurante, todos los días, los aspavientos, gritos, y agresivos gestos de aquellos dos empresarios millonarios.  El árabe era más belicoso, y a veces, el otro, el japonés, sólo sonreía con sorna. Tres meses llevaban con sus negociaciones, hasta que se nos arruinó el espectáculo cuando alguien consiguió un intérprete. 

sábado, 8 de octubre de 2011

Del otro lado

Cuando nació mi papá hicimos una gran fiesta.  Vinieron muchos a felicitarnos, y mi hermano le hizo un regalo muy especial, le cantó a capella su canción favorita: “Venecia sin ti”.  Papá no cabía de contento y nos abrazó a más no poder. Recuerdo que cuando nacimos −mi hermano y yo− también vinieron muchos ¡ah, estaba la abuela María! Nosotros no la conocíamos y fue, cómo decirlo, impactante. Bueno, no conocerla, conocerla, conocerla, es un decir.  Sí la habíamos visto por fotografías, había muchas en casa, casi siempre junto al abuelo.  Pero verla, verla, verla, eso fue hasta que nacimos.
Nuestra madre aún no ha nacido, pero lo hará, sino cómo explicar que la única verdad que existe es que siempre, siempre, siempre, todos terminamos juntos.  Así es esto.
También cierto es que, aquí es mejor que allá.  Aquí no hay tristezas, vicisitudes, ni toda esa cosa que se inventa para hacerle creer a la gente que es feliz.  Recuerdo que en el accidente, o digo, por el accidente, muchos decían ¡y qué carísimo el auto, ya no servirá para nada! Nosotros naciendo y los demás preocupados por un automóvil.  Eso sí que nos dolió.
Ahora que papá está con nosotros hablamos de muchas cosas, él dice que éramos unos jóvenes formidables −cómo saberlo, si nunca nos lo dijo− y que nuestra pérdida fue muy dolorosa, pero que el auto le importó un comino.
Aquí a todos nos gusta que nazca gente.  Hacemos fiesta, pero no como allá, con música, baile y comidas ¡no! Nuestras fiestas son de mirarnos, hablarnos, abrazarnos, reírnos, así el que nace a este mundo jamás se sentirá triste, y no extrañará el otro donde todo esto no importa ¡aquí sí!
Hoy me parece que nacerá el tío de aquella muchacha. Lleva días en el hospital, sufriendo el pobre y su familia renegando o llorando o enojados o maldiciendo; así que todos cruzamos los dedos para que nazca ya. 
Créanme.  Es mejor nacer aquí…  Y no allá. El problema es que para que esto ocurra, primero tenemos que nacer allá.
El abuelo dice que allá había un poeta* cubano que un día escribió: “…las lágrimas no hay que verterlas por el que muere, sino por el que nace.”.  Allá se nace para morir, pero la muerte no es un personaje malo, ni calavera, ni mujer con guadaña, la muerte es un suceso, un fenómeno y nada más. ¿Quién inventaría que es una mujer, y mala? Un machista, estoy seguro. 

*José Joaquín Palma (1844−1911)

jueves, 6 de octubre de 2011

¡Bomba!*

La noticia fue un reguero de pólvora en el pueblo ¡Guadalupe había regresado! Todo era murmuraciones, voz baja y negaciones con la cabeza.  En los pequeños grupos cada quién imaginaba lo que iba a pasar.
−Isabel lo va a ir a buscar, seguro.
−Dicen que Guadalupe no anda armado.
−¿Y qué crees? Isabel le va a tirar una de sus pistolas, para que se defienda.
−¿Cómo supo Isabel que Guadalupe anda por aquí? ¿Y quién se lo diría?
−¡Yo! −Resonó una voz desde la puerta interrumpiendo el cotilleo.
René fue acercándose a la mesa de aquellos hombres −seria y pesada, bella y desdeñosa. 
El cantinero fue a acercar una silla a la mujer quien se quitó el sombrero y lo entregó a éste, dio vuelta a la silla, abrió sus piernas y utilizó el espaldar para descansar allí sus lindos brazos.
−¿Y qué dijo Isabel cuando se lo dijo?
−Le temblaron los bigotes y una lejana rabia enrojeció su mirada −dijo ella escupiendo a un lado y haciendo señas al cantinero quien no necesitaba que se lo pidiera y sirvió un tequila.
−¿A qué habrá venido Guadalupe después de tanto tiempo?
−Sólo el diablo lo sabe −murmuró René empinando su tequila, chupando un limón y luego metiéndose el dedo con sal en la boca−. Pero si es por lo que pienso, este pueblo va a explotar.
René volvió a hacer otra seña al cantinero y éste fue corriendo a dejar la botella de tequila en la mesa.
−Quién sabe −murmuró Milagro, rascándose el pecho.
−Usté no se haga, don Milagro −espetó René sirviéndose tequila−.  Un pajarito me contó que lo vieron en la estación del tren ¡y qué casualidad que Guadalupe fue el primero que bajó y fue a saludarlo!
−Puras mentiras, Renecita. ¿Acaso nunca le han entrado ganas de ver la locomotora? Porque por 'onde yo, no pasa.
−Si son lindas las locomotoras −dijo Rosario con una mirada maliciosa a René.
−¿Y qué dijeron? Ya nos comimos a esta babosa.
−El caso es que Guadalupe está aquí, y si se topa con el bravo de Isabel…
−Se lo lleva la chingada −completó René tomando su tequila, chupando el limón y luego metiéndose el dedo con sal en la boca.
−¡Bomba! −Gritó el cantinero golpeando con su puño la barra.
Todos lo voltearon a ver sonriendo, sólo René frunció el…
−¡Èchela, compadre!
Frunció el ceño, y volteó a ver agria a Rosario. Pero Rosario no estaba para…
−¡Échesela pues!
...No estaba para amilanamientos, y aunque René fuera una linda mujer, volvió a gritar:
−¡Que se la eche de una vez!
−Que por eso ha venido Guadalupe.  La pura venganza.
−Recuerdo esa noche −murmuró pensativa René.
Adentro del Palenque el ambiente era silbidos, gritos y canciones.  Luego todo quedó en silencio y sólo se escuchaba el grasiento murmullo de los apostadores.  Al rato hasta éstos se callaron, los mariachis se fueron y Guadalupe entró.
−¡Qué me miran, babosos! ¡Que siga la bulla!
Entonces todo volvió a animarse, los silbidos, los gritos y el felino chillar de un violín en alguna parte.  Pero esto duró poco, otra vez el silencio fue a poner su manota en la boca de todos y los abofeteó para que voltearan sus ojos hacia la puerta.  Allí entraba Isabel, con sus dos pistolas y sus recias botas, con el ala del sombrero rota y la mirada furiosa; con sus manos gordas y un cigarro en la boca.
Guadalupe dio un paso hacia Isabel, y éste dio otro, y Guadalupe otro e Isabel otro. Entonces Guadalupe dio otro paso y el otro dio otro. Un poquito más de silencio y todos quedan sordos.  Quizá por eso Isabel habló.
−Parece que le soltaron la pita al güey.
−Así que hoy comemos chancho −replicó Guadalupe.
−Parece que viene el fin del mundo, ya hasta los burros hablan.
−Así que hoy comemos gallinita pelada.
Isabel arqueó sus brazos y las manos se congelaron al lado de sus pistolas.  Guadalupe hizo el mismo gesto…
−Maldición −chistó.
…Mismo gesto, pero se dio cuenta que estaba desarmado.  Así que se decidió por otro disparo.
−Parece que una vaca rompió el lazo.
−Así que hoy me echo una rata.
−¡Comemos! −Gritaron todos los presentes para corregir a Isabel.
−Así que hoy comemos ¿ratas? −Dijo indeciso Isabel.
−Parece que las niñas salieron a divertirse.
−¡Chamacos! −Se adelantó miedoso y sonriente el dueño del Palenque− Oigan. ¡Éntrenle muchachos! −Dijo haciendo señas a un costado desde donde fueron entrando unos hombres con arpa y guitarras, todos vestidos de blanco y sombrero de esterilla−. Me conseguí unos yucatecos. ¡Échenle, muchachos!
Y la música comenzó a flotar por todo el lugar, hasta que el grito de Guadalupe paró a los músicos.
−¡Bomba! Que en el pueblo hay pelotas de agua, y nadie sabe el por qué, yo si sé que es lo que pasa, ¡y es que le pusieron Isabel!
La gente silbó y gritó, y la música volvió a animarse hasta que el grito de Isabel los detuvo.
−¡Bomba! No me da miedo una lengua, que sólo lame y escupe, porque la tengo pareja, y no como un tal Guadalupe.

La gente silbó y gritó, y la música volvió a animarse hasta que el grito de Guadalupe los detuvo.
−¡Bomba! Si quiera los tuviera bien puestos, pero no sirve ni para el arranque, si hasta su mujer le pone cuernos, y él si’hace el in’norante.

La gente silbó y gritó, y la música volvió a animarse hasta que el grito de Isabel los detuvo.
−¡Bomba! Yo no soy de los que presta, las cositas que son de uno, no como otro que tiene yegua, y a todos les chupa el puro.
−Esto va a estar cabrón −dijo René tomando su tequila, chupando el limón y luego metiéndose el dedo con sal en la boca.
−¡Pues qué esperamos! ¡Vámonos a ver que hay en el Palenque!
Todos se pusieron de pie, el cantinero alcanzó el sombrero a René y se quedaron petrificados cuando Guadalupe entró a la cantina.
−¡Qué hubo, muchachos! ¡Parece que anda roñoso el avispero!
Todos fueron a saludarlo entre risotadas, y cuando se sentaron, René lanzó el dardo de la curiosidad.
−¿Y a qué has venido, Lupe?
−Pues a qué a de ser.  A buscar a Isabel −Todos tensaron sus cuerpos.
−Se los dije −masculló René tomando su tequila, chupando el limón y luego metiéndose el dedo con sal en la boca.
−¿Y para cuándo? −Husmeó Milagros.
−Esta noche, en el Palenque.
−Va a estar jodido −lamentó René tomando su tequila, chupando el limón y luego metiéndose el dedo con sal en la boca.
−Para el marica de Isabel, sí. Porque “jui” a tomar un mi cursito de Bombas. Ya estoy ducho para ver quién gana.
Afuera la tensión crecía mientras René tomando su tequila, chupando el limón y luego metiéndose el dedo con sal en la boca, decía:
−Este pueblo va a explotar.


*Leticia Garriga (http://lenguajepalabrastiempo.blogspot.com/)
Las "Bombas" son expresiones irónicas que se dicen como reyertas entre dos personas o grupos en el estado de Quintana Roo y en Mérida (Yucatán, México).