lunes, 9 de mayo de 2011

No se permite fumar

La entrevista estuvo dentro de los parámetros normales de un cuestionario que husmea la relación entre la persona y el autor en un escritor, y eso, puso una gotita de buen humor en el profesor Kurt Bigot quien se sintió cómodo hablando, entre otras cosas, de sus tiempos de colegio, su tía Inma y su perro Hércules, y no entrar en polémicas historiográficas.  Su reciente publicación: “El Vesubio no congeló a Pompeya” había causado un boom editorial y revuelo en la sociedad de historiadores que comenzaron a afinar sus baterías contra “ese charlatán extranjero”. 
Bajó del taxi y entró al viejo edificio de departamentos –sin ascensor− donde en el segundo nivel le habían contratado un pequeño ambiente, considerando que no estaría allí más de un mes, si mucho. 
Cerró la puerta y comenzó a subir las amplias escalinatas de mármol; añoraba aquellos tiempos cuando se edificaba con buen gusto y buenos materiales, y, otra vez, volvió a encontrarse en el catorce escalón (ya los había contado días atrás) con una niña de unos ocho o diez años, delgada, pálida, rubia, jugando ausente con una muñeca.  Siempre pasaba al lado de ella sin saludarla, pero esta vez, andaba esa cucharadita de alegría en su corazón, así que le habló.
−Hola, niña.
Ella lo volteó a ver y sonrió feliz, pero sin contestarle.  El profesor tuvo toda la intención de sentarse al lado de ella pero se contuvo.  Recordó que en Estados Unidos una jovencita acusó a un hombre de quererla violar sólo porque éste le ofreció ayudarla con unas bolsas de supermercado.
−Que pases buena tarde –se limitó a decir y siguió su camino, ansiando que la niña le hablara, lo cual no ocurrió pero supuso que ella lo seguía mirando sonriente.
En su pequeño departamento se puso cómodo, se sirvió un brandy, encendió su pipa y cargó con todas las publicaciones −no había tenido tiempo de leerlas todas− sobre su libro.  En algunas sonrió por las buenas fotografías, en otras frunció el ceño por la mala redacción del periodista y, le llamó la atención escuchar pasos en el pasillo y escaleras de varias personas, en distintos momentos, y que nadie hablara con la niña.  Se levantó, semi-abrió la puerta y miró hacia la escalera, la niña seguía allí y una señora gorda bajaba las escaleras sin siquiera voltear a ver a la pequeña.  Cerró y volvió a lo suyo.  Luego pegó un salto que casi le hace derramar su brandy por unos toquidos suaves en su puerta.  Odiaba su perenne estado nervioso, aunque en realidad le molestaban todos, todos los ruidos que no fueran aquellos que él produjera.
Se levantó y la niña de las escaleras estaba allí.  No era buena idea que pasara al departamento y tampoco que él saliera a charlar con ella en el pasillo, no sabía qué hacer.
−Conozco a tu tía Inma −dijo apasible la niña.
Un escalofrío recorrió por su espalda y luego cayó en la cuenta de que posiblemente ella habría visto la entrevista que le hicieron por televisión, y que la portentosa imaginación de los niños…
−Ella te quiere mucho −y sonrió.
−Espérame.  Ahora salgo −le pidió y cerró la puerta.
Se quitó la bata y se vistió de camisa, saco y zapatos y salió al pasillo.  La niña no estaba.  Una mujer pasó cerca de él y le previno.
−No se permite fumar en los corredores.
−Perdone −contestó impaciente volteando a ver a todos lados.
La mujer iba a seguir su camino y el profesor la detuvo con su voz.
−La niña.  ¿La ha visto usted? 
−No hay niños en el edificio ¿no ha visto el rótulo en el patio? 
Entonces por eso nadie habla con ella −pensó el profesor−.  La gente, a veces, se hace cómplice de esas transgresiones, y colaboran guardando secretos ¿pero por qué se exponía sentándose en las escaleras?
La mujer se retiró y él se quedó parado allí viendo hacia abajo, quizá la niña se había escondido hasta que un “pssst, pssst” le hizo voltearse alterado.
−¿Vienes a visitar a alguien o vives aquí?
−No –respondió dulce la pequeña.
−No ¿qué?
−Que no vivo −y abrazó fuerte a su muñeca.
−Bien.  Visitas a alguien, entonces.
−A ti.  Es por tu tía Inma.
−Bien.  Olvidemos a la tía Inma.
−Ella no se olvida de ti, por eso me pidió que…
−Escuchame, vamos a hablar…  ¿cuál es tu nombre?
−Inmaculada.  Así era yo de niña…
Aquello era lo más improbable en la vida de un científico y, sin embargo, estaba ocurriéndole a él.
−¿Cómo es posible?  −Se preguntó, asociando los rasgos de la chiquilla con los que su memoria guardaba de su tía Inma joven y luego adulta; era tan parecida a esa niña.
−¿Por qué no me has hablado antes? −Dijo enternecido el profesor.
La niña iba a hablar pero comenzó a evaporarse y sólo la vio que movía los labios.  El profesor estaba petrificado hasta que otra voz lo hizo reaccionar.
−¿Qué no entiende?  ¡Aquí no se permite fumar!


13 comentarios:

  1. Querido amigo, me atrapó tu relato hasta el final, me encanto.
    Y sabes? yo vivi algo similar pero sin plabras, solo la figura de alguien que hoy siento que me cuidada y siento que todavia me cuida.
    nunca lo digo, pensarán esta está loca pero ante tu relato pienso que no soy la única que vive esas cosas.
    me dió paz leerte.
    besitos para ti, que Dios te bendiga querido amigo.

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  2. Muy buen relato !
    Me quedo para leerte ..
    Un abrazo.

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  3. Me ha recorrido un escalofrío por toda la piel, Julio!, te aseguro que me he metido en este relato hasta estremecerme con el final. Y he podido ver la escalera, y a la niña rubia y su muñeca de trapo con, seguro, trenzas doradas.

    Cuánto me alegra que hayas dado vida a este rincón narrativo... :)

    Un beso

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  4. julio;
    relato de abandonarse en los imposibles que incoan entre los haceres cotidianos, su juego de sombras con una realidad inoportuna que los esfuma, y el mensaje que no llega... como llamada de lobo a la luna
    a los pies de un aeropuerto.

    ...muchísimas gracias por tu visita a mi terruño,
    y el comentario en el que embarcaste tus palabras a sotavento. un honor cada pincelada con fuerza de alísios. un ejemplo. un regalo.
    un abrazo, sincero.

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  5. Muy bueno, ha sido un verdadero placer leerte.

    Gracias por tu visita.

    Besos

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  6. ...y bienvenido a bordo.
    de verdad, no sé qué decir.
    gracias.

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  7. Haberte encontrado me da placer.Los buenos escritores me llegan

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  8. El Sentir del Poeta: Algunos científicos le llaman Poltergeist (proyección energética cerebral), en mesoamérica, Fantasmas; Espíritus, en Europa, Entidades en la cultura oriental y Fabulares en la literatura. Personalmente no puedo abstraerme a ese tipo de fenómenos y, con el sólo cuadro de una niña sentada en unas escaleras ocurrió este "no se permite fumar". Te creo. Gracias por estar aquí.

    Myriam: La palabra escrita no significa nada hasta que unos ojos la despiertan y le dan vida. Gracias por quedarte.

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  9. Este rincón narrativo olvidó ese "perfecto detalle": Trenzas doradas. Un lapsus imperdonable. No sabes lo importante que me significa tu lectura. Muy importante. Gracias.

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  10. Kynikos: Visitar tu blog, amigo mío, ha sido honroso. Que me permitas pronunciarme sobre tus letras más honroso aún, pero, mucho más honroso (un día honrado de honores) es que estés aquí.

    Mucha de la Torre: Me ha sonrojado eso de "buenos escritores" (sin falsa modestia). ¿Sabes que no puedo enganchar tu blog? ¿Podrías darme tu dirección? Algo pasa con el sistema. Gracias por leerme.

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  11. Mientras leia tu entrada,visualicé cada palabra de tu relato como si de un film se tratara... (es uno de los efectos secundarios de tus letras...)
    Y ahora me pregunto... podré dormir tranquila esta noche??
    No soy miedosa, pero no miraré tras de mi...

    Sencillamente genial!

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  12. Galatea: Podrás dormir. Esto es sólo ficción, o al menos eso espero -ya me contagiaste lo de no voltear a ver tras mío-. Gracias por tu apoyo.

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  13. Julio:
    Fabuloso cuento, uno de los que más me han gustado de tu producción publicada en este blog.

    Me gusta mucho cómo has tratado el tema. Con una finura y elegancia espectacular.

    Felicitaciones
    Un abrazo
    Ana

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