A Leticia, Daniel Eduardo Gómez y Alondra
En la Grecia presocrática, uno de los oradores más prominentes −y del que infortunadamente se tienen datos fragmentados− fue Cacofonio (Afonia, 640-618 a .c.) quien propuso el constante y continuo acento posterior en el discurso para proveer eco y reafirmación del mensaje no sólo en el interlocutor sino al interior del ocutor −que aparece antes que el actor en los festivales a Dionisios, aquel dios que dio ni si ni nos−.
De esta cuenta su famoso enunciado: “Porque el escrito estricto es crítico y no cítrico, de tal manera la madera no es nuez en su desnudez”, cobró mucha popularidad, seguidores e imitadores, mucho antes que los monistas y aléatas se alearan con los helenistas con quienes tuvo su primera confrontación al aseverar −Cacofonio− que las Eles de aquellos no eran tan listas, a lo que los helenistas respondieron con enjundia y vigor asegurando que Cacofonio lucía bajo su túnica dos pequeños átomos y una virgulilla y no lo que Natura manda.
No hubo entre los presocráticos un punto de encuentro en su búsqueda para explicar la realidad, y aunque todos orientados a la Naturaleza (Tales de Mileto y el agua, Anaximandro con lo ilimitado, Anaxímedes y el aire, Pitágoras y los números, Heráclito con el devenir y Parménides con lo inmutable), las diferencias fueron abismales y desgastaron el movimiento filosófico.
Por ello es importante Cacofonio al establecer que la palabra “en sí y por sí” constituye el único puente a través del cual se alcanza la realidad; pero sus antagonistas no le darían tregua y ya a sus diez años entablaría una larga discusión −que duró hasta sus diecinueve años− con Onoma Topeya (Tersaj, 641−504 a.c.) sobre el Logos (razón) y el Arjé (sustrato de las cosas y causa de la realidad).
Sostenía Onoma Topeya que todo es susceptible de abstracción, y ésta misma, proyecta la realidad al exterior, y que, en tanto no todos miramos la misma cosa en sí −por la diferente idea producida en la mente− su causa de ser proviene del observador. “Miradme la boca −decía los días de mercado agolpando a su derredor a los muchachos−, para algunos es un delicioso fruto de la naturaleza, para otros es admirable la disposición de carne y piezas dentales, otros curiosean con mi jugosa lengua, y más de alguno sentirá estertores al imaginar un simple beso. ¿Veis cómo vosotros creáis mi boca?”. Luego añadía presintiendo a su contendor cerca “¿Qué creéis vosotros que diría ese caco del verbo al que algunos admiran? Os diría: −Esa boca, qué loca sabrosa me toca”. Y todos se echaban a reír.
−Una boca de foca, una cueva que cuelga guijarros y sarro porque es bizarro que ve a los muchachos como un chancho −respondía en voz alta Cacofonio abriéndose paso entre los desnudos torsos de la varonil audiencia.
En cualquier lugar donde se encontraban entraban y allí sostenían frente al público un público y púbico encuentro verbal. Al ver lo cual, los padres de los pequeños filósofos afilaron su sofos y alquilaron una bonita casa para que la caza de sus discursos diera otro curso a sus inquietudes. ¿En qué ataúdes se mete las honras cuando se presente la hora? Nadie lo entiende, sólo se sabe que Cacofonio se separó de Onoma Topeya por una querella a los diecinueve.
Quizás estaba harto y sólo escribió un “hoy parto”, y se le perdió el rastro.