miércoles, 23 de noviembre de 2011

¡Don Juan, te odio!

A Merche Marín, Emanuel Carrizo y Simplementeyo


La tarde daba su último bostezo anaranjado, y en el caserón las sombras se echaban sobre los tejados.  Doña Leonor, ausente y pensativa, agitaba el abanico para proveerse brisa, y trataba de imaginar a aquél que en cartas decía amarla con afán, firmando con un simple “don Juan”. Ana entró distraída y se sorprendió de ver a su dueña marchita cual golondrina.
−¡Pero qué hacéis aún aquí, señora! ¿De nada entonces ha servido vigilar la breve hora en que vuestro marido, bufando y dormido, os licencia a ir con quien os añora?
−No me atormentéis más, Ana −dijo doña Leonor volteando la cara−. ¿O creéis que no sufre mi alma y este pecho, al saber a don Juan sin calma aguardar ansioso por un beso? ¿Creéis que es de hierro mi semblante  que clama al cielo sujete mis deseos, por ese hombre errante que sin tocarme, confiesa haber olido mis cabellos?
−Qué esperáis entonces; que allá está en la iglesia, suspirando en amores, este apuesto hombre que sufre porque os sabe ajena.
Intempestivamente la puerta se abrió y su marido −llamado Rodrigo− malicioso y agresivo entró.
−Con el perdón de las damas, y si no interrumpo alguna charla íntima, me gustaría preguntaros con calma, de quién hablabais mientras mi alma dormía prístina.
Doña Leonor se puso de pie fingiéndose herida, y sin qué decir saber, apeló a su inventiva.
−¡Crístina! ¿Habéis dicho? ¿Y quién es ésa? De modo que en lo fortuito
buscáis pasarlo rico haciéndola creer que es princesa.
−¡Prístina! Fue la palabra dicha −reclamó don Rodrigo a la susodicha− y no la que habéis pronunciado con gesto mal intencionado. Y ya que inventáis sordera e ira me dejáis el camino señalado, ¡que esa alcahueta que tenéis a vuestro lado os hace pícaros mandados!
−¿Qué tiene que ver Ana con vuestras invenciones? ¿Acaso no estoy siempre en casa rodeada de vuestros repentinos y malos olores, y en todos los rincones está mi tristeza abandonada?
Don Juan comenzó a dar vueltas alrededor de Ana quien tenía su vista fija en el piso, sudor en la espalda y temor de aquel marido.
−Anoche he seguido a un bulto que de esta casa ha ido a la iglesia. Allá la he visto encontrarse, sin apuro, con un extraño de capa y sombrero y pluma en la cabeza. Y confieso que, quizá la noche espesa, o pocos faroles en el rumbo, pero cuando se ha separado ésta, y ha dado la espalda al segundo, aquel ha desaparecido tal cual tengo entendido desaparecen las almas muertas.
El silencio corrió alocado por toda la casa y un olor a lirios invadió la estancia. Don Rodrigo se sentó pensativo, y lo mismo hizo doña Leonor.   Ana, con un gesto pidió permiso y los acompañó.
−Un hombre que desaparece, una mujer perseguida por un mequetrefe y que por ello cree que puede inventar amantes de pacotilla −murmuró doña Leonor a la silla.
−Os lo preguntaré una sola vez ¿sois infeliz conmigo, doña Leonor?
−¡Y acaso no lo veis! Porque os sentís el gran señor, pero, y después, cuando solos quedamos en la habitación, vos roncáis como un buey, y a mí el sueño me niega su favor.
−¡Vive dios que ahora os tengo más cercana! ¡Ay, Leonor… Leonor de mis entrañas!
Fue el rumor que todos escucharon a su espalda; don Rodrigo se volteó y reconoció la cara de quien cual fantasma llegaba con furor y rabia. Corrió don Rodrigo a su espada, pero el que llegaba le dio un puntapié en las nalgas.
−No osaréis enfrentaros a don Juan Tenorio.
−¿Qué hacéis en mi casa? Malandrín de villorrios.
−Lo que se hace en cualquier velorio −respondió don Juan Tenorio con chanza.
−¿Sois vos el de las cartas? −Preguntó doña Leonor temblando.
−¡Vuestro amado! ¡Con todo y capa!
−Allí tenéis vuestra infidelidad −dijo doña leonor a su marido−. Un amante que no es real, que sólo es invención teatral de un autor ya fallecido.
−Nunca muere un autor si su obra sigue viva. Miradme, doña Leonor,
¿ni siquiera reconocéis esta voz que antes os seducía? −Declaró el personaje de Zorrilla.
−Que nunca os he visto, y que aunque no lo amo, yo os lo declaro, jamás engañaría a mi marido −respondió doña Leonor la mirada alzando.
−Es a mí a quien engañáis estando con este idiota, que de tan fea faz hasta las aves al pasar lloran y lloran y lloran. Acaso puede haber comparación
entre este pobre calvo, que me recuerda a Sancho por lo rechoncho y panzón, y este caballero, que de tanto que os ha amado a vos, ha cruzado los tiempos sólo por buscar el beso, aquel que encerraste en el panteón.
Dónde se habría visto que un personaje de teatro, que además de conocido se lo tuviera por bandido, estuviera a un simple paso de la mujer que en otro siglo perdió por enamorado. Díganme ustedes, lector y lectora, si acaso no es una invención este Tenorio que nunca implora o esta Leonor que tanto añora entregarse a la pasión y a la libertad de las palomas.
Pero no adelantemos juicio alguno y veamos en qué termina todo este  extraño asunto que ha llegado a tal punto que ya me da mal espina.
−¿Qué yo he muerto? Pero esto es una locura. Mirad que muevo los dedos
−dijo viendo al marido con mal gesto− y ahora mismo tengo agruras.
Que no es ganga ni lindura presumir que ya no pertenezca al mundo, si aún me explota la cordura por romper las ataduras y entregarme a un dulce murmullo. ¡Decídle, Ana, que estoy viva! Y que esto no es un escenario,
que a mí no me han hecho con tinta, que tuve abuelos, padres y madrina, y aunque no conozco un orgasmo sé a qué sabe la sidra, y cómo por momentos aquello tiembla y me palpita.
Mas el conocimiento, es algo sorpresivo que llega al entendimiento por un razonar correcto o por un chispazo explosivo que pone a la mente en lo cierto. Ana y Rodrigo ya habían dado en el clavo, habían capturado lo esquivo, ¡el espíritu de lo que aquí escribo! Y se sabían ya un asunto literario.
−No me atormentéis más, Leonor. Que ahora todo lo tengo claro. También nosotros somos la invención de la parte de un relato. Es que estos son unos diablos y creen que nos hacen un favor.
−Ana tiene razón −murmuró don Rodrigo−. No tiene caso que este señor
pretenda estar contigo sabiendo que tenéis marido, a menos que alguien juegue al creador y nos ponga a todos en el mismo sitio.
Una gran risotada soltó don Juan y corrió desde Salta en la América hispana hasta el peñón de Gibraltar.
−Ya os habéis dado cuenta que esto un cuento es y que la señora coqueta,
creyéndose traviesa vive mañana el ayer. Porque la doña no está al día y cree en esas novelas que escriben de caballería, mas no sabe que fue Zorrilla el que inventó a esta belleza y Díaz-Escamilla, este que da pena,
ha hecho lo suyo con la vida vuestra.
Doña Leonor sintió en sus hombros una carga muy pesada, los creyó a todos salidos de un manicomio, ya sin mirada los ojos, ya sin un gesto la cara.
−Vosotros, muñecos de antojo, ¡creaturas de la nada! Podéis sentir cualquier gozo de ser sólo el rastrojo de lo que inventan las palabras. Sólo me causáis lástima y enojo. Y perdonad que os dé la espalda, nunca he soportado a los tontos. Teneos por seres de una página, invento de alguien que no conozco; yo aquí adentro siento las ganas de vivir y sentir por manojos. Sea. Que os dejo la casa, y algo cierto para todos. Evadiendo lo que la educación manda: Tú eres una necia, Ana, que te han contagiado estos locos; a ver si despiertas mañana metidita en un hoyo. Tú, Rodrigo, mal amante y esposo, ya me contarás cómo se pasa con  una vida que ha pensado otro. Y usted, don Juan, que jugó a ser novio, calavera y truhán ni siquiera fue agobio para este corazón que esperaba más de quien fuera creado en un insomnio… Don Juan, ay, don Juan, yo a usted lo odio.
Doña Leonor salió de la estancia. Muy molesta iba ella. Y yo no sé en qué pensaba porque nunca una mujer creada me había desordenado las letras de toda una página sólo por no creer en la fábula.

domingo, 13 de noviembre de 2011

Fantasmas

                           Dedicado a Mascab, Gala y Midala


Más que asustados, los Toledo Alvarfernández y Ruíz, estaban hartos de aquel fantasma que rondaba las galerías del enorme castillo. Al principio −cuando comenzó con sus macabros lamentos− se produjo una conmoción en la familia y tuvieron que abandonar la heredad, pero, en no estando la virgen para tafetanes y que sólo habitándola podían conservarla, decidieron su retorno.
El ruido de cadenas, el quejumbroso lamento y puertas que se abrían y cerraban solas, eran sólo algunos de sus actos intimidatorios; pero luego, el fantasma dejó aquello −al no conseguir echarlos de nuevo− y se decidió por pesados saltos, arañazos en las ventanas, los lamentos dieron paso a malas imitaciones de búhos, tigres, vacas, perros, gallinas o gatos y descolgaba cuadros que caían al piso.
Todo cuanto hizo don Gonzalo también resultó inútil, y ni siquiera el exorcismo que celebró un fraile detuvo al infernal espectro por lo que una noche, harto y enfurecido, don Gonzalo decidió salir a enfrentarlo.
−¡Dejádnos en paz y volved al infierno! −Conminó el noble en el pasillo, en cuyo extremo el fantasma lo observaba incrédulo− ¡Idos de una buena vez! −Remató alzando un crucifijo.
El silencio era molesto y al dueño no se le ocurría qué más decir. Pero su indecisión fue rota por el mismo fantasma quien al fin habló.
−¡Mí no habla español! −Gritó el fantasma.
”Ñorda” −Pensó don Gonzalo−. ¡Tú irte! Go home, amiguito −repuso.
−Mí no comprenda. And I’m not your amiguito.
−Si tienes que estar acá, lo harás sin ruidos. ¿Entiendes?
−Tell it in english, sucker. No comprenda.
Inesperadamente Don Gonzalo dio media vuelta y corrió a su aposento; el fantasma soltó una carcajada demoníaca al ver huir a su víctima pero ésta regresó inmediatamente llevando a su mujer quien de joven había tomado clases de inglés.
−Allá lo tienes.  Háblale y dile que se vaya −ordenó don Gonzalo.
−Good night mister fantasma −dijo tímida doña Clara.
−Who are you? Mí no habla mujeres.
−I am mrs. Clara Carrascosa López Toledo Alvarfernández y Ruíz, and I beg you leave us alone.
Con una pesada y tétrica voz el fantasma parecía no hablar sino discurrir en sus recuerdos.
−Once upon a time that all this castle was mine. Old times, brave times, always with my pirates.
−¿Qué dijo? −Urgió don Gonzalo.
−No lo entendí −y se dirigió al fantasma−. Can you repeat, please? But slowly.
−This castillo it’s mine.
−Ah. Que tenía un castillo allá −aclaró doña Clara.
−¡Mío! Where are you standing it’s mía propiedad.
−Semejante bellaco. ¡Jamás habéis pagado un duro en impuestos!
−You tienen que get out of mi castillo.
−De aquí no moveremos un pie −amenazó don Gonzalo.
−¡Shit! ¡Shit, shit, shit! −Alardeó el fantasma.
−¿Qué dijo?
−Nada, así estornudan los ingleses.
−¡Salud! −Ofreció don Gonzalo.
−Mí no querer people in my castillo.
−Pues os volveráis momia queriendo asustarnos porque no lo conseguiréis.
−My husband says that…
−¡Shut up! ¡Bastards!
−¿Qué es eso de «sharap»? −Inquirió don Gonzalo.
−Que nos callemos, querido. Y a mí ya me cansa tanta ordinariez.
Don Gonzalo se adelantó un paso y habló recio.
−Escuchádme, fantasmita. Este castillo pertenece a mi familia desde hace un siglo y medio y no cederemos ni una baldosa. Si queréis estar aquí lo haréis como todo muerto, quietito y en silencio.
−You no hablar así if you know it that mí fue guía of criminals.
−Ellos ya no existen, ni tú. ¡Ahora sólo guías el ridículo! −Amonestó don Gonzalo.
−He says that this castle…
−¡Be quiet ! You will dejar my castillo or I will mostrar all the horror and pain of my power −diciendo esto soltó una satánica risotada que, en lugar de aterrorizar a los dueños los hizo, curiosamente, sonreír y tener una idea.
Fue aquella noche un inagotable tesoro para los Carrascosa López Toledo Alvarfernández y Ruíz, quienes, asesorados por el mismo fantasma habilitaron una parte del castillo con toda la parafernalia de los piratas y era el mismo fantasma el encargado de las visitas guiadas. 

lunes, 7 de noviembre de 2011

Apremios

                                               Dedicado a don Juan Ojeda

Era cerca de la media noche.  Afuera la tormenta se declaró con truenos, ráfagas huracanadas y un escandaloso aguacero. Ya enfundado en mi camisón y gorro había llevado hasta la cama un té de tilo y, al fin, me había decidido por dar lectura a Hablapalabra, antiguo libro que uno de mis antepasados había escrito y que nunca me llamó la atención hasta hoy, pero mi sorpresa fue mayúscula cuando llegué al primer relato y leí: “Era cerca de la media noche. Afuera la tormenta se declaró con truenos, ráfagas huracanadas y un escandaloso aguacero.”. Detuve la lectura y reflexioné en la extraña casualidad, sobre todo, con lo que leí después. “(…) Ya enfundado en mi camisón y gorro había llevado hasta la cama un té de tilo y, al fin, me había decidido por dar lectura a Hablapalabra, antiguo libro…”.
Me quedé estupefacto, y comencé a saltarme líneas “…de mis antepasados había escrito”. “La tormenta…”. “a saltarme líneas”. Algo estaba ocurriendo, pero eso era lo menos porque ya tendría razones para el asombro y la sorpresa.
Una retahíla de relámpagos  azuló mi habitación, mientras un soplido frío apagó el candelabro. Hurgué en la oscuridad buscando la piedra de azufre y el mechero para encenderla pero unos potentes golpes en la puerta de calle, allá abajo, me hicieron saltar y botar el tazón de té, el libro y el candelabro. Los golpes eran insistentes y, como pude, encendí una vela. Busqué un garrote y, poniendo el candelabro en el piso y en posición, grité.
−¡Quién vive!
−¡Soy yo, animal! −Respondió el bromista, aunque su voz era la mía.
−¡Que cómo te acristianaron, baboso!
−¡Soy yo, Julio Díaz-Escamilla, tarado! ¡Me estoy mojando, desconsiderado!
Lancé el garrote al piso y corrí a quitar la tranca de la puerta y entré todo empapado. Cerré la puerta y me vi de cuerpo entero mientras escurría agua por todos lados. Dejé mi bolso en el piso y mi otro yo me pidió que no me moviera, que me quedara allí mismo para no mojarle su preciosa sala.
−¡Pero te das cuenta la sopa en que vengo hecho! −Me dije tiritando.
Con señas −porque no podía hablar− le dije que se quedara allí, y fui por una sábana y ropa seca ¡si hasta era del mismo tamaño mío!
Puse el camisón y gorro en el sillón y comencé a desvestirme tirando en un rincón la ropa empapada. Me volteé para no verme desnudo y cuando me hube cambiado, llevé la ropa mojada a tenderla al baño, luego fui a la cocina a preparar dos tazones de té.
−Así que tú eres yo −me dije, y arrugando el entrecejo como siempre hago me contestó.
−No, querido, yo no soy tú ¡tú eres yo!
−Bien −me dije−. ¿Y qué se supone que deba hacer ahora?
−Lo que hace un bien nacido −me contesté−. Preguntar que cómo estoy, que dónde he andado, que quién me ha dado señas de tu casa, que si he escrito últimamente, que si estoy cansado, y lo principal, para qué diablos he venido con semejante borrasca.
−¡Oye −le previne−! No tengo tanta memoria.
−Si no necesitas decirlo. Que se te ve en la cara lo… −Otros recios golpes en la puerta nos pusieron de pie. Cuando mi otro yo cogió el garrote y se puso en posición, pregunté.
−¡Quién vive!
−¡Soy yo, animal! −Respondió el bromista, aunque su voz sonaba igual a la de nosotros.
−¡Que cómo te acristianaron, payaso! −Preguntó mi otro yo.
−¡Soy yo, Julio Díaz-Escamilla, ineptos! ¡Me estoy mojando, inciviles!
Lancé el garrote al piso y corrió a quitar la tranca de la puerta y otro yo entró empapado. Cerré la puerta y me vi de cuerpo entero mientras escurría agua por todos lados. Dejé mi bolso en el piso y mis otros yo me pidieron que no me moviera, que me quedara allí mismo para no mojarles su preciosa sala. Y mientras, al parecer, el dueño de casa corría escaleras arriba, el otro yo me extendió un tazón de té y se alejó observándome como animal raro. Regresó el otro Julio con un camisón y gorro secos, así que les pedí que se voltearan los mirones y tirando la ropa mojada a un rincón me metí en la ropa seca.
−¡Y cómo le has dado mi té, granuja! −Le dije al otro Julio quien sonreía socarronamente.
−¿Tu té? −Preguntó el recién llegado− ¿Pero puede haber alguien más desconsiderado que tú? No sólo me he empapado para venir a dejarte un premio sino que tu preocupación es “tu té”.
−¡Eso es! −Saltó el otro Julio− ¡Sí, a eso he venido! A dejarte un premio.
Les pedí a los monigotes que se calmaran porque eran unos pulpos nerviosos abriendo sus bolsos y sacando unos grandes cuadros que casi los tiran al piso y rompen cuando unos escandalosos aldabonazos sacudieron la puerta. Les hice señas para que se callaran, pero el primero que había llegado alzó el garrote y me hizo señas para que preguntara.
−¡Quién vive!
−¡Soy yo, pelmazo! −Respondió otro yo allá afuera con mi propia voz.
−¡Que cómo te acristianaron, abusivo!
−¡Soy yo, Julio Díaz-Escamilla, torpe! ¡Me estoy mojando, inconsiderado!
Lancé el garrote al piso y corrí a quitar la tranca de la puerta y entré todo empapado. Cerré la puerta y me vi de cuerpo entero mientras escurría agua por todos lados. Dejé mi bolso en el piso y mis otros yo me pidieron que no me moviera, que me quedara allí mismo para no mojarles su preciosa sala.
−¡Así que ahora somos cuatro! −Les dije.
−¡Ve por un camisón y gorro, por favor, no seas tan grosero!
Corrí escaleras arriba y los volteé a ver, dos secos y un mojado.
−¡Vaya manada de ineptos! −murmuré.
Bajé con lo de siempre y ahora sólo había dos Julios, un mojado y un seco. Cuando se hubo cambiado, el primer Julio que llegó entró a la sala con dos tazones de Té y le dio uno al recién llegado y a mí me dejó con la mano extendida.
−Es tu casa. Tú puedes ir a la cocina a prepararte uno.
−Yo te fui a preparar un té a ti −le grité.
−¿Siempre eres tan cacofónico? −Dijo el Julio recién llegado sorbiendo su té y negando con la cabeza.
−A lo que vine −dijo el primer Julio−. Este premio te lo manda Midala.
−¡Midala! −Recordé−. ¡Es quien me llama “torero”! −Presumí.
−¡A mí es a quien llama Torero! −Fue la escalera de voces.
−Bueno, que es con mucho cariño de Relatos Cortos, y que espera que te guste y que lo cuelgues allá, en aquella pared.
Fui a colocarlo encima de la chimenea.

−¡Listo! −Dije y alcé el rostro− ¡Gracias Midala! ¡Muchas gracias!
−Pero no te pases de listo. Tienes que entregar este mismo premio a cinco amigos. Así que aquí te traigo la lista…  Para el listo −añadió sonriendo.
La leí y sonreí al ver nombres que indudablemente yo mismo hubiera elegido.
GALA                           (Galatea y el efecto Pigmalión)
MARÍAROSA              (Cuentos y Poesías)
DORIS DOLLY            (Estrella solita, con amor)
LOLI SALVADOR       (Las cien puertas de Eunate)
LAPISLAZULI              (Pensamientos con Lapislazuli)
Después de esto el segundo Julio me extendió un cuadro con un corazón.
−Este te lo manda Simplementeyo.
−¿Tú te mandas a ti mismo para traerme un premio que tú me das?
−¡Simplementeyo! De ¿Naciste en los años 60?
−¡Ah! Simplementella. ¡Habla bien! −Se lo quité y fui a colgarlo en otra pared −y al regresar, también este Julio tenía un listado.

−A ellos has de entregárselos −y leí sonriendo.
TOWANDA                  (Mi modo de ver la vida)
MIDALA                      (Relatos Cortos)
PILIMªPILAR               (Autocare de Miramare)
MARIBEL CANO                  (El rincón de mis sueños)
FRANCISCO ESPADA         (Días de aplomo)
Alcé mi vista al techo y grité ¡gracias, Simplementeyo! Finalmente el Julio recién llegado y más sonriente con el té en la barriga me extendió el otro premio.
−Este te lo manda Lore, de Amaneceres, la poeta.
−Perfecto −dije recibiéndolo y mandé al primer Julio a colgarlo en la pared.

−Y a estos amigos quiero que se los entregues.
Por supuesto que iba a reclamarle y sugerirle que no me diera órdenes pero el listado me arrancó una sonrisa.
QUINO                         (El Parapeto)
CLOCHARD                (Actos invisibles)
TORO SALVAJE         (Toro Salvaje)
CHELO                         (Pasatiempo)
NERIM                         (Cajón secreto)    
Ya que todo estuvo hecho y dicho los mandé a dormir al corral y les di unas frazadas, por supuesto que todos me miraron con unos ojos como si fueran los míos. Demás está decir que al siguiente día los tres ya se habían ido y fui a la sala a sonreír por mis premios viéndolos adornar mis paredes, entonces regresé a la habitación por el libro Hablapalabra y busqué el relato que interrumpí la noche anterior y casual, coincidente o extrañamente, el dicho relato terminaba con este mismísimo punto.

jueves, 3 de noviembre de 2011

La libélula

El ingeniero Krausten, trabajaba afanosamente −muy entusiasmado− en el proyecto que el gobierno había concedido por licitación a su Compañía. Su arquitecto había realizado un estupendo trabajo en el diseño y ahora él afinaba en el ordenador todos los detalles técnicos y nodos para presentar, finalmente, la estrategia de construcción, certificación de proveedores y tiempos de cumplimiento en cada fase.
Lástima que su mujer no lo acompañara en este éxito. Todo le sería más fácil ya que ella tenía una especialización en Concreto y Asfaltos. Pero había desaparecido hacía dos años dejándole a su hijo −de ella, porque él no podía tenerlos−.
Una libélula entró y comenzó a golpetear sus alas contra los tubos fluorescentes del techo. Este ruido comenzó a exasperarlo y a distraerlo; se equivocaba en cualquier cálculo, un decimal o simplemente ponía en columnas equivocadas algún dato. Archivó el trabajo y se puso de pie observando aquel bicho que había llegado a fastidiarlo.  Fue por una escoba.
Una lucha desigual y torpe comenzó a librarse en aquel Estudio, ni él atinaba a matar o hacer huir a la libélula, ni ésta hacer que el ingeniero desistiera de sus lerdos intentos.  Fue por una silla para acercarse más a la lámpara fluorescente y el bochornoso enfrentamiento comenzó a poner furioso al ingeniero quien maldecía rabiosamente sin conseguir absolutamente nada más que frustración e ira.
Gustavo entró con sus seis años al Estudio de “papito”, así lo obligaba a llamarlo cuando hubiere visitas, cuando no, era “ingeniero Krauste”.
−¡Qué miras! −Le increpó.
El niño bajó la vista, pero inmediatamente tomó la resolución de ayudar.
−La libélula quiere la luz, por eso está allí. Si la apagas se irá.
El ingeniero se volvió rabioso al niño.
−¡Apágala entonces!
−No alcanzo −dijo tembloroso.
El ingeniero bajó de la silla y fue a apagar la luz. La libélula también tomó la decisión de irse de allí y salió por la ventana, mientras el ingeniero colocaba la silla en su lugar y, antes de ir a devolver la escoba a su lugar, ordenó al niño.
−Cierra la ventana.
−No alcanzo, ingeniero Krauste.
−¡Eres un inútil! −Él mismo fue a cerrarla y se retiró.
Gustavo se acercó a la ventana a ver el jardín y murmuraba.
−Soy un inútil, un inútil. Soy un inútil, un inútil. Soy un inútil…